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Víctor Gaviria escribió hace unos años El Pelaíto que no duró nada, texto en el que contó la historia de Fáber, un pelao de escasos 13 años que, literalmente, estaba hecho para no durar.
Fáber empezó robando. Se enculebró, lo iban a matar y vivió huyendo de enemigos. La marihuana era su alimento y levantarse la mujer de otro, sin importar si le tocaba matar, era su reto. Desde el comienzo del relato se intuye claramente que lo único que le deparaba la vida era una tumba en el corto plazo. Este pelaíto fue una crónica de muerte anunciada.
Fáber fue asesinado a los 17 años. Su corta vida demostró la no existencia de autoridad, de no saber con quién se anda, de la falta de orientación, de la desintegración familiar y de otros asuntos asociados a la degradación social marcada por la violencia, el desplazamiento, el narcotráfico y la ausencia de Estado. Pura iniquidad y desigualdad que se traduce en muerte.
La historia de Fáber no es un asunto de otra época. Sigue siendo el mismo rollo que viven cientos de adolescentes en nuestro país, acechados y secuestrados por las bandas criminales. En días pasados, el revuelo mediático fue grande porque en el barrio Santa Lucía, de la comuna 13 de Medellín, agarraron en flagrancia a un pelao de 14 años que mató a dos personas e hirió a otra. La noticia tuvo más impacto cuando la Fiscalía contó que entre pecho y espalda, el pelao llevaba fácilmente 10 asesinatos.
¿De dónde salió un maloso así? El pelao pertenecía a la banda criminal La Torre, que lo reclutó para hacer el trabajo sangriento. Claro, les funciona: detrás de la inocencia de un niño, que no puede ser imputado y en muchas circunstancias ¿quién se imagina que hay un frío gatillero? Azaroso.
La Secretaría de Seguridad de Medellín dice que cerca de 60.000 jóvenes son vulnerables a las bacrim. De estos, 4.800 están a un paso de caer en sus garras y un 5 % ya ha delinquido. Simple: son jóvenes coaptados no solo por los pillos sino también por sus más profundos temores, esos mismos que los llevan a optar por el “pillismo” como forma de vida.
En Medellín, más del 80 % del presupuesto se va a programas sociales. Créalo, hay oferta institucional para atender a los jóvenes. El tema pasa por resolver unas ausencias psicoafectivas con las que crecen y fomentar en ellos las ganas de vivir, de creer en algo para salir adelante y evitar que esos vacíos los llenen los falsos poderes de un fierro en las manos o la plata que se pueden levantar robando y delinquiendo.
La oportunidad está servida. Necesitamos de ellos, que se acerquen a lo que hay, para que la ciudad les dé el verdadero afecto que se merecen y la protección a sus vidas, porque esa es la forma para que estos pelaítos empiecen a durar más, porque si llegan a disparar un gatillo, la cosa estará perdida.