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Por Hermann Rodriguez O. S.J. hermann.rodriguez@javeriana.edu.co
Cuando llevaba varios meses sin conseguir empleo, Diego recibió una recomendación de un amigo: “¿Por qué no le haces una promesa al Señor de Monserrate? De pronto te ayuda a conseguir ese trabajo que tanto necesitas. Cuando lo consigas, vamos en peregrinación hasta allá, participamos en la eucaristía y le damos gracias a Dios por haber cumplido tu petición”. Así que Diego hizo la promesa al Señor de Monserrate y aguardó paciente y activamente. No se sentó a esperar sin hacer nada, sino que siguió pasando hojas de vida y moviendo cielo y tierra para conseguir un trabajo. A los pocos días, llamó feliz a su amigo para decirle: “¿Cuándo puedes ir a Monserrate a cumplir la promesa que le hicimos? ¡He conseguido el empleo!”.
Como Diego, muchas personas siguen haciendo promesas y cumpliéndolas por recibir favores del Señor, de la Virgen María o de alguno de los santos en muchos santuarios de nuestros países. Evidentemente, no siempre se cumplen nuestras peticiones. Un gitano, cuyo hijo murió por una bala perdida en un barrio de Granada, en España, le decía a un sacerdote amigo el día del entierro de su hijo: “Padre, ¿ha visto los exvotos que hay a los pies del Cristo del cementerio? Pues esté seguro que si la gente a la que no se le ha cumplido algún milagro hubiera colocado allí también un recordatorio, los exvotos serían muchos más...”.
Lo que le pasó a Simeón aquel día en el templo fue exactamente lo contrario. El no había hecho ninguna promesa para recibir un favor. La promesa se la había hecho Dios a él, pues “le había hecho saber que no moriría sin ver antes al Mesías, a quien el Señor enviaría”. Y Simeón esperaba con paciencia que Dios le revelara, de un momento a otro, la presencia del Mesías. Lo que no se imaginaba era que lo iba a reconocer precisamente en un pequeño niño que venía al santuario en brazos de su madre.
“Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al templo; y cuando los padres del niño Jesús lo llevaron también a él, para cumplir con lo que la ley ordenaba, Simeón lo tomó en brazos y alabó a Dios diciendo: «Ahora, Señor, tu promesa está cumplida: puedes dejar que tu siervo muera en paz. Porque ya he visto la salvación que has comenzado a realizar a la vista de todos los pueblos, la luz que alumbrará a las naciones y que será la gloria de tu pueblo Israel»”.
Necesitamos tener ojos de fe para reconocer la presencia del Señor en nuestras vidas. Como a Simeón, a lo mejor se nos presenta en un niño de brazos, o en una persona necesitada que nos extiende la mano. Dios cumple sus promesas y nos ha dicho que su voluntad es que tengamos vida y la tengamos en abundancia.