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Querido Gabriel,
Estamos rodeados de sanguijuelas que nos roban algo aún más valioso que la sangre. Los celulares, las redes y los medios digitales, por ejemplo, pueden convertirse en vampiros, agujeros negros para la atención. También juegan este papel ciertas personas que, con sus expresiones, se apoderan de nuestra mente y conversaciones, como la oscura y sorda presencia que terminó por tragarse una mansión entera en el tenebroso e inolvidable cuento “La casa tomada”, de Cortázar. Es como si, al igual que en el cuento, estuviéramos perdiendo espacio gradualmente, primero el comedor, la biblioteca, luego las habitaciones...
¿No sientes a ratos que los políticos cada vez demandan más tiempo al aire y absorben demasiado de nuestro ancho de banda mental y espiritual? Que el alcalde atacó a alguna institución; que aquel candidato dijo algo totalmente incoherente; que ese expresidente hizo una declaración inaceptable: cada día, ciertas noticias nos roban energía imperceptiblemente. ¿No piensas, además, que dedicamos mucho tiempo al teléfono viendo contenidos irrelevantes y escuchando voces tóxicas que no agregan valor ni belleza a nuestra vida?
Hablemos sobre el cuidado de la mente y la higiene de la atención. Preguntémonos cómo protegernos de la lluvia ácida de las redes y del desaliento que a ratos genera el paupérrimo debate público; conversemos sobre cómo liberarnos de la fracasomanía nacional que los medios se dedican a amplificar.
Reflexionemos sobre el balance adecuado, porque no se trata tampoco de vivir en un país de fantasía, meter la cabeza bajo tierra o ponernos la manos sobre los oídos repitiendo: “No oigo nada, soy de palo...”. Debemos observar cuidadosamente a nuestros políticos para elegir mejor. Es clave estar mínimamente informados, por cultura general, de ciertos asuntos. Hay que escuchar los argumentos de los otros. ¿Pero cuánto tiempo y energía dedicar a esto?, ¿qué ver y qué no ver?, ¿cuáles voces oír y cuáles ignorar?
Quizá el arte consista en, como decía mi abuelo, ejercer una sordera selectiva. De pronto se trata de pendular, prestar atención al mundo exterior por momentos y luego retirarnos a digerir lo recibido en silencio y soledad. A mí me gusta la idea de aprender a discernir, ser curadores de nuestra vida, contenidos, relaciones y entorno.
Si alguien en redes sociales es puro odio, dejarlo de seguir para ir moldeando el algoritmo. Si un chat de amigos se torna banal, silenciarlo con callada indolencia. Si un político solo habla mal de otros, pero nunca explica su pensamiento, bajarle el volumen, ignorarlo con el desdén que se merece. Si un trabajo, una relación o una amistad está restando valor y nos enferma cuerpo o alma, tener la valentía de dejarlo atrás.
Te propongo hacer nuestra tertulia sobre cómo vivir en estos tiempos, aprovechando todos los recursos de conexión y aprendizaje, reconociendo a los otros, aceptando que somos humanos y vivimos en el mundo, sin perder por ello el alma ni extraviar nuestro camino. Hablemos de cómo seguir esa sabia enseñanza del terapeuta y autor norteamericano Stephen Gilligan: “¡No dejes que nadie, nunca, se tome tu mente!
* Director de Comfama.