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Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com
La atracción principal de la reserva natural eran los leones. A ellos estaba dedicada. Una extensa zona en la que eran separados de los visitantes por grandes vidrios de seguridad. Eran impenetrables. Los leones prácticamente estaban a salvo de las personas.
Aunque, como todo, por la novedad, al principio todo marchaba bien, el público dejó de asistir con el tiempo. Mantener leones en un hábitat natural es muy costoso y la emoción que producía ver al rey de la selva había disminuido como si se tratara del payaso de la corte.
La administración estaba intentándolo todo por salvar la reserva, que aunque exhibía a los animales, no era un zoológico. Allí el propósito era que su imponencia y melenas fastuosas les ayudara a preservar la especie. A multiplicarla. Algo como las redes sociales, pero con fines benéficos.
Entradas 2x1, niños gratis, mujeres al 50%, incluso intentaron que el rey de la casa -así lo llamaron- tuviera un pase de cortesía si era su esposa la que invitaba. Nada estaba funcionando. Cada vez menos admiradores de lo salvaje llegaban, aún cuando echaron mano de la ficción y rebautizaron a un par de ejemplares como Simba y Mufasa. “El verdadero Live Action” dijeron en una publicidad desesperada.
Los vidrios, que podrían contener no solo la furia de un animal salvaje -porque estaban en estado natural- sino quizá el disparo de un tanque de guerra, eran el problema, concluyeron. Una cosa es verlos en pantalla porque sabían que era una pantalla y otra, tras un vidrio. Algo como saborear un dulce sin desempacar. Una realidad a la que le faltaban los últimos centímetros de cercanía. Por eso es que pagan millones por un safari en África. Genios.
Las barreras transparentes de la realidad fueron removidas y cambiadas por grandes jaulas rústicas de grandes barrotes de acero para los visitantes. Se acomodaron estratégicamente y accedían a ellas por angostos pasillos del mismo material. Ahora, los leones, en plena libertad, eran los verdaderos reyes de la zona. Las personas, enjauladas, eran vulnerables, y todas las entradas eran gratis. En adelante, pagarían por salir. Fue un éxito.
En el fondo sabes que la vida no ocurre tras el vidrio, aunque algunos límites que impones como fuertes barrotes sean necesarios. Observar no es lo mismo que sentir y hay experiencias vitales inconcebibles sin cercanía. Son sentimientos que te exigen mente, alma y piel. Aquellos a los que ofreces tu vulnerabilidad y con ella tu presencia total. No llegas a ellos sin miedo, pero llegas con el deseo ardiente de experimentarlos.
La vida con todos sus componentes, cuando se mira de lejos pierde su sentido. Tienes que participar de ella. No eres solo un producto de este mundo, sino un cocreador de tu realidad. Al final no pagas por escapar, pagas por lo que viviste. Algunas veces lo harás con gusto y otras sentirás que es un costo demasiado alto, pero siempre entenderás que el beneficio estará en la experiencia que te llevas: la existencia plena en tierras de fieras salvajes que como tú, solo quisieron vivir en libertad.