Pico y Placa Medellín
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Elimina lo innecesario, abraza lo esencial y permite que la confianza nazca de esa simplicidad.
Por Lewis Acuña - @LewisAcunaA
El vendedor de calzado femenino era envidiado por sus colegas y admirado por la industria, aunque no era el que más sabía sobre estilos o tendencias. El Hueco o El Poblado, da igual. Los números lo beneficiaban, sus ventas eran por mucho las mejores. Su dinámica para aplicar su regla de oro era impecable, como lo eran los resultados. No siempre fue así. Hubo muchísimos momentos en que apilaba cajas y cajas al lado de una potencial compradora que parecía decidida a llevarse algo, pero sin saber qué.
La indecisión de ella alimentaba la ilusión de facturar y “bajar bandera”. La esperanza de una comisión que al fin de mes le ayudara a no quedarse corto lo impulsaba a ver esos pequeños pies entrando en uno y otro modelo, a veces sin tener ninguna relación. “Aquí están, talla 35”. Desde tacones para vestido a sandalias de playa transitaba su paciencia, como transitaba el tono de su voz de sugerencia a casi un ruego porque escogiera algo. Incluso alcanzaba a cruzar miradas con el acompañante de la mujer que ya exasperado parecía empezar a sudar, como ya lo hacía el vendedor que recorría de un lado al otro, de los probadores a la bodega y de vuelta con más opciones para que escogiera, hasta que llegaba el momento.
-“Todos están divinos, pero no estoy segura. Voy a dar una vuelta y vuelvo”- Frustrado ya intuía que esa vuelta, la mayoría de las veces, sería a la eternidad porque nunca volverían y él tenía que resignarse a recoger lo descartado. Las sobras de una indecisión que le tocaba aceptar, pero que lo llevó a concluir: dos, no tres. Y ese fue el gran cambio. Su gran regla.
Cuando una mujer entra, le trae el par de zapatos que pide. Ella se los mide. Como es usual le dice -¿Podría ver ese otro par, por favor?- señalándolos con la mirada y los labios, mientras se quita los primeros. Él se los trae, sonriendo, resaltando las características del modelo. Si con ese segundo par de zapatos ella dice -¿Podría ver también ese otro par, por favor?- él le responde, alabando su buen gusto, -¿Cuál de estos dos descartas y me los llevo?-. Lo que había aprendido es que cuando tenían tres opciones o más, no compraban nada. La cantidad de opciones, abrumaban. Pero cuando tenían solo dos, generalmente compraban uno.
Vivimos en un mundo donde todo parece estar al alcance de un clic. Queremos elegir el mejor café, la serie más interesante, el destino perfecto para las vacaciones, y nos encontramos atrapados en un bucle de opciones infinitas que nos agotan antes de decidir. Paradójicamente, mientras más alternativas tenemos, menos confianza sentimos al tomar decisiones. La mente, saturada de estímulos, empieza a titubear. Cuando reducimos opciones, eliminamos la confusión y generamos algo mucho más importante: confianza. Esa confianza que no nace de la cantidad, sino de la claridad.
Cuando dejamos de querer abarcarlo todo, nos damos permiso para estar realmente presentes en lo que importa. Reducir opciones no significa conformarse, sino prioriar. Elimina lo innecesario, abraza lo esencial y permite que la confianza nazca de esa simplicidad. Porque en un mundo que nos dice que el éxito está en tenerlo todo, quizá el verdadero logro sea elegir bien algo de ese todo. Dos, no tres.