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Gilma Ledesma, víctima de desplazamiento forzado, no está. El predio L-351, en Nechí, es la tierra por la que su nieto y heredero, Brayan Andrés, emprende un viaje con cuatro amigos y dos bicicletas hacia el Bajo Cauca.
Los reyes del mundo es la historia de Rá (Andrés Castañeda), Sere (Davison Flórez), Nano (Cristian Campaña), Winny (Brahian Estiven Acevedo) y Culebro (Cristian David), hermanos de la calle, de la vida, que se pelean, cuidan y quieren. En un compromiso con nuestro momento histórico, sin pretensiones documentales, Laura Mora (Medellín, 1981) expone el significado de la tierra ―detonante de una guerra de más de medio siglo―: renuncia al tedio de los titulares noticiosos y discursos de burócratas, para hablar de la esperanza de la restitución. Desde la aventura y la ilusión, invierte el desplazamiento forzado y transforma al campo en una aspiración de vida para quienes la ciudad ha despreciado. (El vértigo del Gravity bike de Los reyes del mundo es el mismo del baile callejero de Billy Elliot con sus zapatos viejos: niños marginados queriendo escapar al sino de cuna determinado por las sociedades).
Desde su ópera prima, Matar a Jesús, Mora es asociada con Víctor Gaviria. Sin embargo, ella no solo ha consolidado una estética propia; también establece la esperanza ―contenida― en la narración como gran diferenciador frente al director antioqueño.
Sin sublimar la barbarie, su mirada poética trasciende a la belleza de los cuadros (como Stanley Kubrick, Laura Mora se preocupa más por las imágenes que por las escenas), pasajes literarios y reflexiones (la casa en ruinas de los vecinos de la abuela evoca la obra fotográfica de Jesús Abad Colorado). Su lente muestra lo que ven y sienten los personajes.
Otra de sus marcas es la música. “No me digas pobre por ir viajando así...”: el baile frenético de los muchachos que cantan al unísono “Tren al sur” con Jorge González (el joven, de la rabia desatada), contrasta con la cumbia lenta y desafinada; la escena de los abrazos con las prostitutas viejas se acerca más al tango inocente de la Mamma Roma, de Passolini, que a la sordidez de un burdel. Los actores naturales rompen la barrera de la compasión, creando una conexión con el espectador.
Pero la reina del mundo es otra, aquella que es promesa: Gilma Ledesma sí está. La matria, la tierra, la madre y la abuela acunan el mundo masculino, el frágil cascarón del patriarcado. “Para mí era la nostalgia de madres que han perdido a sus hijos y de unos hijos buscando a la madre”, le dijo la directora a El País.
¡Qué privilegio ver el mundo a través de la mirada de artistas como Laura Mora, Daniela Abad (Carta a una sombra), Catalina Arroyave (Los días de la ballena), Marta Hincapié (Las razones del lobo) y Ana Cristina Monroy (¿A qué suenan tus ojos?)!
Los reyes del mundo ha merecido La Concha de Oro en San Sebastián (España); El Abrazo en Biarritz (Francia); y el Ojo Dorado en Zúrich (Suiza). Mientras llega la ceremonia de los Oscar, otorguemos el mejor premio: ¡llenar los teatros!