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Columnistas | PUBLICADO EL 03 febrero 2023

Las niñas aprendemos en silencio

Esta obra logra algo que no siempre ocurre cuando se lee, y es que el lector quiera escribir, sienta la necesidad de interactuar con el libro y contar su versión de los retazos de su propia memoria.

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

El primer libro que publicó la periodista Catalina Gallo, en 2016, fue Mi bipolaridad y sus maremotos, una obra valiente que corre el velo de esta enfermedad mental, cargada de prejuicios. En su propio proceso, en el reconocimiento y tratamiento de este trastorno, como cualquier enfermedad, mientras escribía como una forma de terapia, Catalina decidió contar su historia. Al principio quería hacerlo bajo un seudónimo, pero pronto se dio cuenta de que lo mejor sería darle rostro, liberarse de una vez por todas de algo de lo que no tenía por qué sentir vergüenza, y seguir viviendo.

El año pasado, Catalina Gallo publicó una nueva obra con la editorial Laguna Libros, Las niñas aprendemos en silencio, un libro raro, indefinible, como ella misma dice, que puede ser una novela, una serie de cuentos o poemas, en realidad no importa, lo relevante, lo valioso de este libro hecho de retazos es lo que cuenta y cómo lo cuenta.

¿Y cómo lo cuenta? Pues empecemos. Retazos: “La bolsa estaba en el clóset del cuarto de la televisión y mi mamá guardaba en ella los retazos que quedaban por ahí. Era transparente. Uno podía elegir el estampado y el color sin abrirla. Los restos de las telas se convertían en trapos para limpiar el polvo, en piezas para remendar ropa rota, en disfraces. Fue en mi infancia cuando aprendí que la vida es la unión de retazos, con telas negras, de chochos, de flores, unas menos rotas que otras, algunas deshilachadas. No es necesario que combinen porque en la vida no todo combina; tal vez por eso mis recuerdos aparecen como restos de telas que sobran después de coser vestidos”.

Y si me detengo en esta palabra es porque ahí está la esencia y el tono de Las niñas aprendemos en silencio, las imágenes de la infancia y una parte de la adolescencia de Catalina empezaron a aparecer, poco a poco, en desorden, como suele ser la vida y lo vivido, y el ejercicio que ella hizo fue empezar a darle una palabra a cada una de esas imágenes. Así surgieron: duda, miedo, vanidad, belleza, hermosura, ausencia, casi 80 palabras que cuentan una historia fragmentada donde mis favoritas son: colorear y vestidos.

Esta obra logra algo que no siempre ocurre cuando se lee, y es que el lector quiera escribir, sienta la necesidad de interactuar con el libro y contar su versión de los retazos de su propia memoria, que a veces suelen ser claros, pero a veces también están hechos de lo que otros nos cuentan y nosotros no recordábamos. ¿Con qué imágenes, con qué palabras armaría cada uno de nosotros su propia vida?, me quedo pensando, un libro como este, sencillo y profundo, que se puede leer de muchas maneras, nos ayuda a comprender por qué los hilos del tiempo no son tan frágiles, nos envuelven con alegría y dolor, y con tantas palabras que hacen posible la imaginación

Diego Aristizábal

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