<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=378526515676058&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
Síguenos en:

el último escándalo de famosos, que parece más una secuela de chismes que otra cosa, removió un tema que parecía oculto en el brillo de una ciudad “innovadora”: el negocio de las prepagos de lujo.

por: daniel rivera marín

además de instagram y de los reguetoneros más famosos del planeta, nadie conocía a valeria duque y a laura sánchez, dos modelos paisas con más de un millón y medio de seguidores en cada una de sus redes sociales, cumplidoras del estándar de belleza medellín: pelo rubio, cintura como un suspiro, prótesis de melocotón, nariz tan menuda como un pensamiento, boca hiperbólica. de repente su fama estalló —les estalló en la cara— porque alguien publicó en twitter que el cantante (?) rauw alejandro había engañado a la también cantante rosalía con valeria en méxico y que había pagado por esa noche unos 60 millones de pesos. dijeron que valeria y laura eran amigas y compartían el oficio de ser prepagos.

no hay pruebas, todo se trata de un gran chisme hecho de conjeturas. pero más allá del chisme, del romance roto de un par de famosos, de la comidilla de redes sociales, el gran tema es la prostitución de lujo. lujo: solo pueden pagar traquetos, reguetoneros, extranjeros que facturan en miles de dólares y gastan en pesos. este nivel de prostitución —no digo que valeria y laura la practiquen— no se ve en la calle ni en los catálogos, está en instagram, el reino de las ventas modernas. se venden tortas, guitarras, discos, cuerpos.

hablo con un relacionista, con un hombre que desde hace quince años trabaja con reguetoneros y que conoció los inicios de reykon y de maluma. digamos: no conoció, estuvo ahí. dice: “sí hay prostitución de 60 millones de pesos y es un ambiente muy pesado”. son fiestas en fincas de llanogrande o guatapé, en cartagena, en el caribe, en miami, en europa. “hay mujeres que te llevas de paseo y les pagas por esa compañía, para que sean novias en ese viaje”.

las sumas exorbitantes son el resultado de un negocio que empezó a finales de la década del noventa y principios de los 2000, cuando aparecieron las llamadas prepagos: modelos que cobraban por compañía y sexo. de repente la prostitución dejó de ser un negocio exclusivo de las calles para ser un contrato que se saldaba en apartamentos, hoteles y moteles. hay eufemismos: novias, modelos, escorts, prepagos, damas de compañía. todas señalan esa manera de maltrato de comprar el sexo, de comprar el estándar. en ese negocio aparecido hace más de dos décadas vino con la realización de una fantasía: llevar a la cama por el milagro del quirófano la belleza publicitaria, la belleza del cine y la televisión.

en esa época aparecieron en colombia las ventas por catálogo de avon y ebel, ofrecían cremas y lociones que se podían comprar con la facilidad de señalar. el modelo se lo llevó esa prostitución, los proxenetas armaban catálogos de “sus” mujeres por talla de brasier, color del pelo, estatura y hasta universidad. incluso, y esto quizá es un mito, había lugares donde esas mujeres desfilaban en ropa interior para que los clientes las vieran antes de poder tocarlas. el cuerpo, la vitrina, la exhibición, el cliente.

el epicentro fue medellín, el negocio tuvo virajes: llegaron el porno, los videos de reguetón, el modelaje webcam, la universidad para modelos webcam, los estudios de modelo webcam que transmiten 24 horas de continuo, el upgrade de only fans y la prostitución desbordada en las calles. el burdel a cielo abierto, a puerta abierta, a puerta cerrada. pero solo ahora sabemos de mujeres que pueden cobrar el polvo a 60 millones de pesos. hay hombres que llegan a medellín a buscar y a pagar esas sumas, ¿alguien se preguntó por qué medellín está insoportablemente cara?

un clúster del sexo. todo existe. conocí a un hombre del negocio, el padrote muy cool, emprendedor, risa perfecta, yoga en las mañanas, vapeo todo el día. pero ese hombre no habla; uno de sus amigos sí: “desde siempre ha existido un catálogo que se maneja en las sombras, no es que sea público, donde las peladas tienen precio. las mujeres de más alto nivel son de la farándula. estamos hablando de proxenetas de altísimo nivel, que son los que se codean con los clientes. hay un lugar en colombia con protocolo de famosos, ese protocolo tiene una discreción a profundidad del momento en que se encuentra un famoso con una chica. lo reciben en el aeropuerto con camionetas blindadas, llegan por la puerta trasera a un lugar, nadie se da cuenta, solamente una o dos personas saben que están ahí, entran a una habitación, eligen las chicas por videos o videollamadas. hasta el momento, la chica no sabe quién es el cliente, hay también ofertas para homosexuales”.

cuando se concreta la elección, la mujer entra al lugar, le revisan todas sus pertenencias, le retienen el celular y le extienden un documento legal con el que se compromete a no revelar nada del encuentro y que cualquier filtración puede tener una penalidad económica millonaria. “cuando se habla de 60 millones de pesos se habla de un paquete como estos, pero hay precios mucho más económicos. siempre ha habido mujeres muy costosas, que se dedican a eso y que solo se sabe en un nivel muy alto, se trata casi de una logia. también hay viejas que no lo hacen, pero el mánager les daña la cabeza con un buen billete”.

como en cualquier negocio turbio, el secreto del “producto” está en el dealer, en el vendedor: hay que conocerlo. por lo general es un gran mánager, un empresario, un hombre o una mujer capaz de sacarle renta a un carro, a un apartamento, a una finca, a un cuerpo. los catálogos ya no son tan secretos, parece que están a un toque de pantalla en el instagram, como pasó con avon y ebel, el catálogo ahora es virtual, es lleno de colores, es atroz.

x
Columnistas | PUBLICADO EL 04 marzo 2023

Las malmiradas

Entre el 69% y el 84% de las mujeres sienten insatisfacción frente a su cuerpo cuando se observan a lo largo de la vida. Esto pasa desde los 25 hasta los 89 años y no disminuye con la edad.

Por Adriana Correa Velásquez - adrianacorreav@atajosmentales.com

“Y además un hecho: se trata de una chica que nunca se miró desnuda porque tenía vergüenza. ¿Vergüenza por pudor o por ser fea?” Así se ve frente al espejo Macabea, la protagonista de la novela La hora de la estrella, de la brasileña Clarice Lispector. Macabea se mira y se ve fea. Tal como se miran y se ven entre el 69 y 84% de las mujeres cuando se observan a lo largo de la vida. Esto les pasa desde los 25 hasta los 89 años. Sentir insatisfacción frente al cuerpo que se tiene. También ellas han señalado que prefieren una silueta distinta. Esto lo han hecho a través de una medición que se ha vuelto popular para estudiar nuestra relación con el cuerpo en la que nos piden señalar entre varias figuras femeninas cuál se parece a la nuestra y cuál desearíamos tener. La respuesta, a lo largo de décadas, es que deseamos otro cuerpo, casi siempre uno más delgado. Nunca el nuestro. Nunca el que nos devuelve el espejo.

Así lo recoge un estudio llevado a cabo en Estados Unidos y publicado en el Librería Nacional de Medicina (Dissatisfaction in Women Across the Lifespan: Results of the UNC-SELF and Gender and Body Image (GABI) Studies). Los datos fueron extraídos de dos investigaciones realizadas con 5.868 mujeres. La insatisfacción corporal es tan generalizada entre nosotras que la denominaron “descontento normativo”. Así, como si fuera una regla sentir tanta insatisfacción. Aunque otras publicaciones han dicho que, con los años, se nos va pasando este juicio hostil sobre nosotras mismas, este estudio en particular decía que no, que la cosa no cambiaba a lo largo de la vida.

Me miré en el espejo y pensé en lo que veía. Volví a mi juventud. Miré una foto a los 15 años. Vi a una chica hermosa, cuyas curvas empezaban a formarse. La piel lisa, el pelo abundante, oscuro y vital y recordé que ella, la de la foto, sentía antipatía cuando se miraba. Ella quería otra figura, una con el abdomen plano y las piernas más flacas. Volví a verme y a imaginar la fatiga de pasar seis décadas deseando otra forma. Desde los 18 hasta los 89, como decía el estudio que lo hacíamos las mujeres. Quise hablarle a la de la foto, susurrarle que no perdiera el tiempo, que las formas y tamaños de nuestros cuerpos cambiaban a lo largo de la vida por el envejecimiento, el parto, las fluctuaciones hormonales, los cambios en la dieta, el estado físico, el nivel de actividad o el estrés y que de su mirada – la benevolente o cruel- dependería su calidad de vida, su equilibrio o malestar psicológico y el riesgo de conductas alimentarias poco saludables. Me habría gustado decirle que justo así, tal cual, era perfecta.

Y volví a Macabea, la protagonista que se veía fea. A lo mejor era hermosa, tan bella como lo era Clarice Lispector en la vida real.

Adriana Correa Velásquez

Si quiere más información:

.