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Columnistas | PUBLICADO EL 18 febrero 2022

La voz literaria de las mujeres

El camino de las escritoras ha sido largo, pesado y no todas logran una habitación propia. Quiero pensar que esto ha cambiado, una deuda así nuca debió firmarse.

La voz literaria de las mujeres
Por Diego Aristizábal - desdeelcuarto@gmail.com
Infográfico

Me gustó encontrar en el libro Contar es escuchar, de Ursula K. Le Guin, un ensayo titulado “Fuera de la página: Vacas a viva voz” (1998), aquí, a pesar de que habla de la voz perdida de los poetas en los escenarios, hay un par de párrafos donde menciona esa relación, digamos celosa, de algunos escritores hacia las escritoras, y esto, sin duda, tiene que ver con la voz.

“Las mujeres tienen un particular interés en mantener vivas las funciones orales de la literatura, pues la misoginia quiere silenciar a las mujeres y los críticos y profesores misóginos no quieren oír voces de mujeres en la literatura, en ningún sentido de la palabra”. Dice la escritora norteamericana que existen pruebas fehacientes de que cuando las mujeres hablan más del treinta por ciento del tiempo, los hombres perciben que ellas dominan la conversación; de manera similar, si dos mujeres seguidas, digamos, reciben alguno de los grandes premios literarios anuales, las voces masculinas empiezan a hablar de las confabulaciones feministas, de corrección política y de la decadencia de la imparcialidad de los jurados. “Al parecer, los tipos literarios solo pueden competir los unos con los otros. Cuando se hallan genuinamente al mismo nivel competitivo que las mujeres, se ponen histéricos”.

Curiosamente, leyendo esta reflexión, recordé un texto que Tomás Carrasquilla escribió en 1919, “Tema trillado”, donde habla de un concurso de cuento para “señoras y señoritas” que se hizo en la Villa. Los más entusiastas, escribió el antioqueño, aseguraban que no llegaría a dígito el número de producciones enviadas, otros más creyeron que el concurso iría a declararse desierto. “¿Qué mujeres iban a escribir en Antioquia?”, estos torpes y pedantes señores habían olvidado, o ni sabían los pobres, que cincuenta años atrás hubo en estas batuecas montañeras varias poetisas y prosadoras, de buen estro algunas cuantas. Las colecciones de El Cóndor, El Rocío, El Oasis, El Mosaico y La Palestra lo pueden atestiguar.

Al concurso llegaron 52 producciones en poco tiempo. Sin embargo, la ganadora del primer puesto sembró una duda porque nunca apareció. Quienes dirigían las corrientes de opinión determinaron que era una burla, un engaño, una mixtificación: que era autor y no autora. Como bien dijo don Tomás, “el que no quiera dar su nombre nada significa. De este pudor femenino, o lo que sea, en asuntos literarios, se registran muchos casos”, recordemos nada más y nada menos a George Eliot, George Sand, Fernán Caballero, Víctor Catalá, que fueron la coraza de cuatro mujeres.

El camino de las escritoras ha sido largo, pesado y no todas logran una habitación propia, como escribió Virginia Woolf; quiero pensar que esto ha cambiado, una deuda así nuca debió firmarse. La voz de las mujeres debe ser (es) libre, con el perdón de los misóginos que todavía rondan el valle y la montaña, y el universo entero 

Diego Aristizábal

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