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Columnistas | PUBLICADO EL 12 octubre 2020

La rabulería, un virus pavoroso

Por juan José García Posadajuanjogp@une.net.co

Al Derecho y las ciencias jurídicas y políticas les profeso respeto y admiración por motivos vocacionales, familiares y amistosos. No creo que sobren abogados ni politólogos, si cultivan una disciplina esencial para cualquier sociedad organizada. El riesgo está en que en esas actividades se escuden charlatanes, patanes y demás sujetos irresponsables que las vuelvan amenazas contra la civilización y la cultura, contra el orden razonable y los derechos y libertades. Sobre todo cuando abusan del uso de la palabra y se acomodan en el bando de los embusteros, que utilizan el verbo como su más eficaz medio de engaño. Son sofistas que tienen toda la insolencia de arremeter contra la lógica para desbaratar con todos sus artificios de ilusionistas los silogismos más obvios e inequívocos.

Este país está contaminado de abundantes normas reglamentarias, legales y constitucionales, providencias, autos, fallos, sentencias y discursos defensivos y acusatorios recargados de enredos e incongruencias, de rodeos y exageraciones, de palabrería inútil. Un ejemplo muy reciente de ese estilo perifrástico tan notorio, y me excusan, entre ciudadanos afines a la abogacía, está en la maratónica audiencia al cabo de la cual la jueza de garantías tomó la justa decisión de dejar en libertad inmediata al expresidente Uribe. Uno de los participantes, como presunta víctima (aunque para algunos comentaristas cándidos y descrestados tejió “una pieza magistral, una lección maravillosa de derecho penal”), lo que hizo a lo largo de horas y horas de alocución extenuante, fue darles vueltas a unas ideas que para buenos entendedores no requerían semejante espesura oratoria. La verdad procesal, que fue la determinación final de la funcionaria judicial, era evidente e incontrastable desde el comienzo. Pero había que enredarla tal vez para que se la tragara la selva, como termina La vorágine.

De rábulas y tinterillos está repleto este país. Erradicarlos debe ser misión de los abogados respetables y de las facultades de derecho, así como de los ciudadanos que no aceptamos la institucionalización de la blablatología que oscurece hasta la luminosidad de un amanecer en el campo. Pero esta parece una causa perdida, si hasta el mismo Diccionario de la Rae gradúa a los rábulas y los reconoce como abogados. Esta es la definición insultante de rábula, por la Academia: “Abogado indocto, charlatán y vocinglero”. ¿No podía, de entrada, haberle respetado el noble título a un profesional que no tiene por qué cargar con el sambenito infame? Recuerdo la anécdota de un inteligente decano que, ante el dilema de autorizar o no el grado de un muchacho al que le faltaba un requisito mínimo para titularse, aconsejó: “Deberíamos permitirle que se gradúe, porque más vale un mal abogado que un buen rábula”. Es que la rabulería es un virus pavoroso.

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