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Columnistas | PUBLICADO EL 14 julio 2022

La miseria del artista

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Hace poco vi un perro muerto en la autopista. Era obvio que lo habían atropellado. No sé cuántos perros mueren de esa forma cada día ni qué hacen sus dueños para sobrellevar la pérdida. En casa recuerdo que lloramos mucho cuando le pasó a nuestra perra Lupita. Con el agravante de que fuimos nosotros mismos quienes la atropellamos. No recuerdo qué había pasado la noche anterior ni por qué la mamá iba manejando desbordada por el cansancio y el trasnocho. Con seguridad, llegaríamos tarde al colegio. Sí, otra vez. Éramos tan predecibles. Con seguridad, mis cuatro hermanos y yo estábamos peleando, acabando tareas en la silla trasera o comiéndonos los restos de arepa. Con seguridad, Lupita nos perseguía, porque esa era su manera de despedirse de la manada. El caso es que nadie se dio cuenta cuando el carro le pasó por encima y la perra, al verse herida y sola, se internó en el monte. La buscamos una semana entera, la lloramos, la llamamos. No apareció.

Cuando el escritor norteamericano Raymond Carver encontró el perro de su hija muerto en la orilla de la carretera, se sentó a escribir un poema en donde relata lo mal que se sintió por su hija: “porque era su mascota / y lo quería mucho / solía canturrearle / y lo dejaba dormir en su cama”. Más adelante cuenta cómo “te ocupaste de él / lo llevaste al bosque / y lo enterraste hondo, muy hondo / y el poema sale tan bien / que casi te alegras de que hayan atropellado al pobre perro / si no, no habrías escrito nunca ese poema / sobre la escritura de un poema / que trata de la muerte de ese perro”.

En un ataque de honestidad, Carver deja entrever la satisfacción que le produce haber escrito un buen poema cuando sabe que debería estar sintiendo tristeza por su hija y por el perro muerto. Lo anterior pone de manifiesto la paradoja de la creación artística, según la cual el dolor, la incomodidad y la tragedia son el germen de grandes obras que, una vez terminadas y alabadas, servirán de regocijo al artista. El escritor Efraím Medina Reyes lo expresó aún mejor cuando dijo: “El arte es tan tirano que requiere la miseria del artista”.

Una vez le mandé un mail a María Fasce, mi editora en España, contándole mis dramas vacacionales. Necesitaba ganar tiempo, pues me estaba pidiendo un avance de la novela que yo no tenía listo. Decía: “Sobreviví a 30 días sin señal de celular, a dos picaduras de aguamala, a un dedo herido, a un mes ininterrumpido de picaduras de zancudo, al rasguño de un osito perezoso, a un escorpión en la almohada y al ataque de micos y hormigas cachonas”. Ella respondió el mail diciendo: “Lo que no te mata se hace libro. Todo eso irá a la novela”. Como siempre, mi editora tenía razón, todo fue a dar a la novela.

Sobre Lupita, en cambio, nunca pude escribir nada. La perra agonizó una semana entera en el monte y apareció una tarde cualquiera, voleando la cola con más alegría y vitalidad que de costumbre. Para mi gusto, era un final demasiado feliz como para ponerme a escribirlo 

Sara Jaramillo Klinkert

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