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Querido Gabriel,
“La NASA restablece comunicación con la sonda Voyager 2, enviada al espacio en 1977”. Esta noticia, imperceptible en medio de la pandemia y las elecciones en Estados Unidos, me llegó como un hechizo. De pronto estaba de nuevo en los años 80, cuando millones de niños queríamos ser astrónomos. Carl Sagan y su serie televisiva Cosmos nos embrujaban con la odisea de las sondas espaciales explorando el sistema solar. Al ver la tierra desde el espacio, esos niños, imaginarios pasajeros de las Pioneras y las Viajeras, nos sentíamos protagonistas de la historia humana y del éxodo, definitivo quizá, hacia otros mundos. ¿Conversamos sobre nuestro afán por el viaje y la exploración? ¿Reflexionamos también sobre el viaje como metáfora de la vida, sobre la aventura solitaria del autoconocimiento y sobre la amplia perspectiva humana y natural que solo logran los verdaderos viajeros?
Recordé el Disco de oro que acompaña a las Voyager. La historia de este objeto, portador de un mensaje de la humanidad para el posible encuentro de la nave con algún extraterrestre, se cuenta en el bello libro de Sagan y su equipo Los murmullos de la Tierra. Saludos en 55 idiomas, imágenes y sonidos de la diversidad del planeta, la quinta sinfonía de Beethoven y el registro de las ondas cerebrales de Ann Druyan, una mujer enamorada. A punto de emprender el viaje más largo, la humanidad intenta una síntesis para decenas de miles de años de historia y ¿qué escoge? Cantos de ballenas, ríos, montañas, gentes y ciudades, una selección de lenguas de las más diversas culturas, una muestra de la más sublime música. Anticipando el encuentro con vida inteligente de otros planetas y ante la pregunta de qué pudiera ser tan universal como para tender un puente con ellos, intenta, de una manera inédita, explicar el amor. Algo de belleza hay en que, al partir hacia Neptuno, las preguntas más importantes fueran, de nuevo, ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?
El Homo Sapiens es una especie viajera. No hay islas o desiertos, selvas o mares que no hayan sido hollados por nuestros pasos, transformados por nuestras manos y acariciados por nuestros ojos; y seguimos viajando. ¿Pero crees que se trata de ir a lugares para anotarlos en nuestro diario o tomarnos una selfie y atestiguar que vimos la torre Eiffel o el océano Índico? Esta semana, Juliana González, autora de la Invención del viaje, profesora y contadora de historias, nos recordaba que se trata de algo más profundo, más existencial: “El viaje es una vida elegida en la que el único modelo a seguir es el del hombre libre. Se trata de conquistar la mirada propia y de renunciar a los simulacros”. “Hay que entrenar la mirada”, propone, para así dejar de “inventarnos al otro”. “El auténtico viaje no consiste en ver nuevos paisajes, sino en tener una mirada nueva”, escribió Marcel Proust.
Ahora, cuando necesitamos más que nunca una nueva mirada, de nosotros mismos y de nuestro papel en el universo, provoquemos una tertulia inspirados en la mirada del Voyager, el Viajero. El mismo Sagan, al ver nuestro planeta desde la más amplia perspectiva posible, como una mota de polvo en el espacio, celebró su belleza y reconoció la inmensa responsabilidad de la humanidad consigo misma y con la vida en la Tierra: “Tal vez no hay mejor demostración de la locura de los conceptos humanos que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos mejor los unos a los otros, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que siempre hemos conocido”.
* Director de Comfama