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Por Richard A. Friedman
¿Se siente temeroso de contraer el coronavirus? ¿Se siente ansioso en cuanto a si está bien preparado para su llegada? Está bien acompañado.
En los últimos días, he tenido más de unos cuantos pacientes que me han llamado o enviado correos electrónicos pidiendo que les duplique o incluso triplique la dosis de sus medicamentos para la depresión o la ansiedad para tener un suministro más amplio, “por si acaso”.
Las personas están almacenando comida anticipando una escasez o cuarentena. Los suministros de desinfectante para manos Purell volaron de los estantes de las farmacias y ahora son difíciles de encontrar.
Entiendo el impulso de garantizar la seguridad frente a una amenaza. Pero el hecho es que si aumento el suministro de medicamentos para mis pacientes, bien podría privar a otros pacientes de los medicamentos necesarios, por lo que rechacé esas solicitudes.
Como psiquiatra, con frecuencia digo a mis pacientes que sus ansiedades y miedos están fuera de proporción con la realidad, algo que a menudo es cierto y reconfortante para ellos. Pero cuando el objeto del miedo es una pandemia inminente, todo eso es insignificante.
En este caso, hay razón para alarmarse. El coronavirus es un peligro incierto e impredecible. Esto realmente agarra nuestra atención, porque estamos programados por la evolución para responder agresivamente a nuevas amenazas. Al fin y al cabo, es más seguro exagerar la reacción ante lo desconocido que no hacer lo suficiente.
Desafortunadamente, eso significa que tendemos a sobreestimar el riesgo de nuevos peligros. Puedo citarle estadísticas sin parar demostrando que su riesgo de morir por causa del coronavirus es minúsculo comparado con su riesgo de morir por las amenazas cotidianas, pero dudo que se tranquilice. Por ejemplo, 169.000 estadounidenses murieron por accidente y 648.000 murieron de enfermedad cardíaca en 2017, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Hasta el viernes por la mañana, solo 14 estadounidenses habían muerto por el coronavirus.
La razón por la que esto probablemente no lo haga sentir mejor es simple: así como tendemos a asumir lo peor de las nuevas amenazas, la estrategia más segura, si no la más justificable estadísticamente, tendemos a subestimar el peligro de los riesgos familiares porque estamos acostumbrados a ellos. No somos muy racionales a la hora de evaluar el riesgo.
La buena noticia es que, incluso ante el miedo, tenemos la capacidad de actuar de manera que ayude a limitar el contagio durante una epidemia. Específicamente, podemos comportarnos de manera altruista, lo que beneficia a todos.
Por ejemplo, la investigación muestra que cuando a las personas se les dice que es posible, pero no seguro, que ir a trabajar mientras está enfermo infectaría a un compañero de trabajo, las personas están menos dispuestas a quedarse en casa que cuando se les recuerda la certeza de que ir a trabajar enfermo expondría a los compañeros de trabajo vulnerables a una seria posibilidad de enfermedad. Enfatizar la certeza del riesgo, en otras palabras, motiva más eficazmente el altruismo que enfatizar la posibilidad de daño.
La lección para el mundo real es que los funcionarios de salud deben ser explícitos al decirle al público que las respuestas egoístas a una epidemia, como ir trabajar estando enfermos o no lavarse las manos, amenazan la salud de la comunidad.
Hay otras formas de fomentar el comportamiento desinteresado. Por ejemplo, los investigadores descubrieron que cuando los sujetos tomaban decisiones egoístas, se activaba el centro de recompensa del cerebro, mientras que cuando tomaban decisiones generosas, se iluminaba una región del cerebro implicada en la empatía. Esto sugiere que las personas son más propensas a ser altruistas si están preparadas para pensar en los demás e imaginar cómo su comportamiento podría beneficiarlos.
No hay duda de que todos podemos ser alentados a actuar en interés de nuestros compañeros humanos durante tiempos peligrosos. Específicamente, las figuras públicas deben comunicar en voz alta y clara que no debemos ir a trabajar o viajar cuando estamos enfermos y que no debemos acumular alimentos y suministros médicos más allá de nuestras necesidades actuales, no simplemente darnos estadísticas de salud o aconsejarnos sobre cómo lavar nuestras manos.
Pero eso requerirá líderes moralmente autorizados que puedan inspirar a los mejores ángeles de nuestra naturaleza al recordarnos que todos estamos juntos en esta epidemia .