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En las películas del Oeste y en las series de televisión, siempre hemos visto a los indios nativos americanos y a los vaqueros peleando a sangre y fuego por la tierra, como enemigos mortales.
Pero hoy la historia ha cambiado: los indios de los dos lados de la frontera entre Canadá y Estados Unidos y los vaqueros y agricultores del Medio Oeste se han unido para enfrentarse a la construcción de un oleoducto de la compañía petrolera TransCanadá, que atraviesa sus tierras y amenaza sus fuentes de agua potable, sus praderas y sus bosques.
Su lucha ha dado frutos: esta semana ganaron una importante batalla en su larga guerra contra la tiranía del petróleo. En una de las primeras decisiones de su gobierno, el nuevo presidente Joe Biden ordenó el bloqueo de la construcción del oleoducto Keystone XL, una gigantesca tubería de una extensión de 1.947 kilómetros que parte de Canadá y cruza los estados de Montana, Dakota del Sur y Nebraska para unirse a una red de más de 4.700 kilómetros que conectaría los yacimientos de Alberta, en Canadá, con los Grandes Lagos y las refinerías del Golfo de México, con capacidad de transportar unos 830.000 barriles de crudo al día.
El oleoducto permitiría la expansión de los yacimientos de arenas bituminosas de Alberta ―uno de los combustibles fósiles más sucios del mundo― y aumentaría exponencialmente la capacidad de procesar 168.000 millones de barriles de crudo de los bosques boreales de Canadá en refinerías estadounidenses.
El proyecto nació en 2005 y comenzó a construirse en 2008 en territorio canadiense. La Fase 1 empezó a operar en 2010, la Fase 2 en 2011 y la 3 en 2014. Sin embargo, apenas cruzó la frontera con EE.UU. la Fase 4 o Keystone XL desató una de las batallas ambientales más difíciles de los últimos años.
Los primeros en oponerse a la obra fueron los indios Sioux, a ambos lados de la frontera, pues esas tierras pertenecían a ellos desde antes de la revolución de independencia. Luego se unieron los ganaderos y agricultores del Medio Oeste. “Es cierto que entre nosotros hemos tenido una historia larga y conflictiva” dijo Faith Spotted Eagle, dirigente sioux de Dakota. “Pero ahora nos hemos juntado para salvaguardar el futuro. Tenemos diferencias, pero también tenemos responsabilidades... Y la mayor de ellas es con la Madre Tierra, el terreno común que ojalá nos permita crear un lugar de sanación".
El paso del oleoducto por esta enorme región puede provocar daños irreparables en las fuentes de agua potable, la fauna y la flora, sobre todo si se producen filtraciones. La amenaza más grave es para Sandhills, una gran zona de humedales en Nebraska. De hecho, en noviembre de 2017, una fuga en el oleoducto provocó el derrame de 5.000 barriles de petróleo en las llanuras de Dakota del Sur, en EE.UU., que hizo que un juez federal ordenara la suspensión transitoria de las obras. Los vaqueros también se han puesto en pie de lucha para proteger el acuífero de Ogallala, una inmensa fuente de agua potable de la región, la misma agua que beben los indígenas.
En 2015, el presidente Barack Obama prohibió la construcción del oleoducto por su impacto medioambiental. Pero apenas cuatro días después de su elección en 2017, Donald Trump ―para complacer a las grandes petroleras que financiaron su campaña― firmó una orden presidencial para recuperar el proyecto. Dos meses después autorizó a TransCanada a seguir construyéndolo.
El Club Sierra y otras organizaciones ecologistas de EE.UU. aplaudieron la decisión del presidente Biden y dijeron que el bloqueo es una victoria épica para los defensores del agua, los bosques y el medio ambiente en ese país y en el resto del mundo