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Colombia, sin brújula diplomática

Petro habló con razón sobre la necesidad de tecnificar la Cancillería y evitar los botines burocráticos en el exterior. Hoy, sin embargo, parece actuar en sentido contrario.

hace 3 horas
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  • Colombia, sin brújula diplomática

Por Luis Diego Monsalve - @ldmonsalve

En su más reciente Consejo de Ministros televisado, el presidente Gustavo Petro volvió a sorprender. En medio de un encendido discurso, ordenó a la canciller eliminar los requisitos para ser embajador, argumentando que “un hijo de obrero puede trabajar más en relaciones internacionales que los aristócratas”. La frase, más populista que profunda, marca un giro drástico frente a lo que prometió en campaña: profesionalizar la política exterior y fortalecer la carrera diplomática.

Esta no es una discusión menor. La diplomacia es una de las caras más visibles del Estado ante el mundo. No puede convertirse en escenario de improvisación ni pago de favores políticos. Lo que está en juego no es solo la imagen del país, sino su capacidad real de incidir en foros internacionales, defender intereses estratégicos y construir relaciones duraderas.

Durante su campaña, Petro habló con razón sobre la necesidad de tecnificar la Cancillería y evitar los botines burocráticos en el exterior. Hoy, sin embargo, parece actuar en sentido contrario. Su molestia con los fallos judiciales que anularon, entre otros, el nombramiento de Armando Benedetti como embajador —por no cumplir los requisitos legales— lo llevó a arremeter contra el sistema mismo. “Están vaciando el poder presidencial”, dijo, como si los límites legales fueran un capricho y no un principio republicano.

El argumento presidencial de “abrir la diplomacia al pueblo” suena noble, pero mal entendido se convierte en coartada para el clientelismo. No se trata de excluir por origen, sino de exigir preparación. Abrir la puerta al mérito no es lo mismo que desinstitucionalizar el servicio exterior.

Hablo con conocimiento de causa. Fui embajador de Colombia en China, designado directamente por el presidente Iván Duque. No soy diplomático de carrera, y por eso mismo creo que esa excepción debe ser justamente eso: una excepción. Lo más sano para el país es que la mayoría de quienes ocupen cargos en el servicio exterior provengan de la carrera diplomática, como ocurre en casi todos los países serios del mundo.

Durante mi tiempo en Pekín, vi de primera mano el profesionalismo y la preparación de muchos diplomáticos colombianos de carrera. La mayoría venían de orígenes humildes o de clase media, se habían preparado con gran esfuerzo y superaron procesos de selección exigentes. Representaban con orgullo lo mejor de nuestra sociedad: mérito, vocación y compromiso. Lo mismo observé en el cuerpo diplomático latinoamericano: países como Ecuador, Perú o Brasil privilegian el profesionalismo por encima del amiguismo.

En Colombia, en cambio, el servicio exterior ha sido usado como moneda de cambio político. Cancilleres débiles, presidentes sin visión de Estado y partidos aferrados a cuotas han convertido embajadas en premios de consolación. Así no se construye diplomacia, se improvisa.

Y lo que vimos en ese Consejo de Ministros no fue una discusión de política pública, sino una puesta en escena. En vez de mostrar un gobierno que toma decisiones con seriedad, vimos a un presidente deslegitimando a su propia canciller, irritado con los frenos institucionales y emitiendo directrices improvisadas. Las instituciones no pueden funcionar como un reality permanente.

Colombia necesita una diplomacia profesional, meritocrática y eficaz. Representar al país ante el mundo no puede ser solo un derecho político; debe ser una responsabilidad basada en preparación, conocimiento y compromiso. Lo contrario es seguir sin brújula en un mundo que exige seriedad.

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