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Columnistas | PUBLICADO EL 05 junio 2021

La ligereza del ser

Por ALDO CIVICOaldo@aldocivico.com

Hace casi un año, por la pandemia, cerré mi apartamento en Miami. La generosidad de unos amigos me permitió guardar mi ropa, libros y unos objetos en su bodega. La semana pasada, aprovechando un viaje a Estados Unidos, fui a inspeccionar las cajas para decidir qué traerme a Medellín. Con la curiosidad de un niño que abre los regalos de Navidad, empecé a desempacar, quedando sorprendido de la cantidad de cosas que tenía guardadas, mucho más de lo que pensaba; cosas que no me habían hecho falta. Me di cuenta de que la pandemia de alguna manera me había llevado a apreciar más lo esencial, lo que de verdad tiene valor, como la amistad. Muy pocas cosas que hoy valoro son objetos materiales. Así, aquella tarde en que pasé a revisar objetos de una vida anterior que terminó hace un año, me acordé de un poema de Mary Oliver, el que fui a buscar esa misma noche. Son versos del poema Depósitos de objetos perdidos, que aquí quiero compartir en la traducción de Alejandro Rodríguez Morales.

Cuando me mudé de una casa a otra/había muchas cosas para las cuales no tenía espacio. ¿Qué hace uno? Alquilé un depósito de almacenamiento. / Y lo llené. Los años pasaron. / Ocasionalmente iba allí y veía dentro, /pero nada pasaba, ni una sola puntada/en el corazón. / Según iba envejeciendo, las cosas que me/importaban envejecían un poco, pero se hacían/más importantes. Así que un día abrí la cerradura/y llamé al de la basura. Se llevó todo. /Me sentí como el pequeño burro cuando/fue despojado finalmente de su carga. ¡Cosas! / ¡Quémenlas, quémenlas! ¡Hagan una hermosa/hoguera! ¡Más espacio en tu corazón para el amor, /para los árboles! Para los pájaros, que no poseen/nada – la razón por la cual pueden volar.

¿Cómo crear en nuestra vida hoy este espacio para el amor, los árboles y los pájaros?, ¿cómo vivir livianos hasta poder volar, libres de cualquier lastre? Mientras cerraba las cajas, eligiendo solo algunas cosas para traer a Medellín, reflexioné que a un desapego material corresponde uno interior, que quizás es aún más liberador. El desapego de nuestras ideas fijas, de puntos de vista e ideologías rígidas. Aún más importante, y por eso más difícil, el desapego de nuestra propia imagen, de nuestra propia reputación. ¿No seríamos más livianos si tuviéramos la fuerza y el coraje de soltar el peso de recuerdos y experiencias traumáticas? Quizás sea necesario hasta el desapego de nuestro propio propósito y misión, los que se pueden volver obsesiones cuando nos relacionamos con ellos como si fueran objetos que no queremos perder. Se vuelven obstáculos, en lugar de ser puentes. ¿No es este, en el fondo, el problema con cada forma de fundamentalismo; el exceso de rigidez?

“Quiero vivir siempre más liviano, con pocas cosas”, me dijo en estos días un amigo que vive entre Estados Unidos y Colombia. Percibí en sus palabras un deseo de esencialidad para facilitar el reencuentro consigo mismo, con su propia esencia; con la ligereza del ser

Aldo Civico

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