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Columnistas | PUBLICADO EL 12 abril 2022

La libertad: ni suficiente, ni necesaria

Eliminar el capital y reducir el consumo a lo necesario son cosas que no pueden hacerse sin acabar la libertad de empresa y la libertad de gastar el propio ingreso como cada quien desee.

La libertad: ni suficiente, ni necesaria
Por Luis Guillermo Vélez Álvarez - redaccion@elcolombiano.com.co
Infográfico

Las propuestas de Petro no crean ninguna nueva libertad ni amplían las existentes, por el contrario, las mutilan todas. Eso ocurre tanto con las delirantes, que distraen la atención de los medios y alimentan las ilusiones del votante incauto, como con las aterradoramente serias que presenta en su autobiografía, libro que no ha recibido la atención debida.

Eliminar el capital y reducir el consumo a lo necesario son cosas que no pueden hacerse sin acabar la libertad de empresa y la libertad de gastar el propio ingreso como cada quien desee. La supresión de esas libertades económicas lleva necesariamente a la represión de las libertades políticas.

Es aniquiladora del derecho de propiedad y de las libertades asociadas, la propuesta de forzar a los grandes propietarios, con la amenaza de un impuesto confiscatorio, a vender sus tierras al gobierno para que las reparta en parcelas de igual tamaño cuyos “propietarios” no pueden vender ni incrementar con su trabajo.

La propuesta de convertir al gobierno en “empleador de última instancia”, inaplicable en una economía libre, acaba con el derecho de disponer del propio trabajo y, a la postre, conduce a convertir a la población en una masa dependiente que sobrevive sin hacer nada, pero sin rebelarse ni protestar por temor a perder su paupérrimo estipendio, como ocurre en Cuba y Venezuela.

La eliminación de las EPS y de las AFP quita la libertad de elección en asuntos tan importantes como la atención en salud y el ahorro para la vejez y nos pondrá en manos de un poderoso monopolio estatal – el FUS - cuya dirección se disputarán los politiqueros más corruptos y codiciosos.

Todas esas cosas llevan, por supuesto, a la igualdad. A la igualdad en el despojo de los ahorros y en la libreta de racionamiento; a la igualdad en la explotación ineficiente de parcelas improductivas; a la igualdad en la pérdida del derecho a disponer del propio trabajo y en la dependencia de un gobierno despótico del cual, encima, hay que estar agradecido. En fin, a la igualdad en la falta de atención en salud y en la vejez desamparada.

Cuenta Emil Ludwig que, después del golpe de estado del 18 brumario, Benjamín Constant le reclamó a Napoleón:

- Sire, habéis conculcado la libertad.

- No te inquietes, Benjamín, la libertad la necesita poca gente, puede limitarse impunemente. No te metas con la igualdad porque la multitud la adora.

La igualdad es como una especie de edad dorada siempre soñada o de paraíso perdido siempre añorado; un valor aspiracional, que al mismo tiempo seduce a las buenas conciencias y esconde las más protervas envidias.

Cuando existe, la libertad está a disposición de todos y todo el tiempo la estamos usando y, casi sin percatarnos, beneficiándonos del uso que de ella hacemos todos. Por ello, es algo así como el oxígeno de la atmósfera del que solo se toma conciencia cuando escasea parcialmente, en las alturas, o, totalmente, cuando nos ahogamos sin remedio.

Luis Guillermo Vélez Álvarez

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