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Ciertas tendencias pasajeras y de moda, adscritas al relativismo axiológico del todo vale, abogan por el descrédito y la negación de valores esenciales de toda sociedad organizada. No aceptan límites ni morales y éticos, ni jurídicos, ni de simple sentido común, para ninguna actividad profesional. Ridiculizan a los periodistas dedicados con criterio al reporterismo, al comentario, a la dirección o a la docencia universitaria. Hacen una defensa sofística de la verdad, sólo si les sirve a sus intereses personales, políticos o económicos. Catalogan la lealtad como un concepto caduco, pero les son leales a una ideología alienante, a los mandatos de sus jefes y patrocinadores o a las promesas de recompensas por la contribución a causas destructivas. Practican, además, la estrategia soterrada de lavarles el cerebro a los jóvenes incautos que les asignan como espectadores o alumnos.
Me refiero en especial a la lealtad, norma de ética civil y deontología profesional que, por motivos extraños, tal vez sugeridos en el párrafo anterior, se ha difuminado en códigos, textos doctrinarios, reflexiones de expertos y, por supuesto, en la actividad rutinaria de los periodistas. Lealtad a la verdad. Lealtad a lectores, oyentes o cibernautas, a las audiencias. Lealtad a los colegas y a las empresas en las que se trabaja. Lealtad a la ciudad, al país y a principios universales como los derechos humanos. La lealtad es hoy una suerte de rareza, de joya museal, de leyenda que testimonia modos antiguos de pensar y obrar. Toca desacreditarla, borrarla del mapa conceptual y de la llamada narrativa comunicacional. Y por ahí derecho se induce a la gente a subestimarla como cualidad inherente de la ciudadanía. Ahí está una grave contradicción: El ciudadano debe ser leal con sus asociados, con la ciudad y lo que significa su estabilidad y su progreso. Y el periodista es, primero que todo, un ciudadano, con derechos y deberes. No tiene razón para invocar privilegios. Si no es leal a su condición ciudadana tampoco puede serlo a lo demás y a los demás.
Paso a la lealtad al país, sin pena de hablar de la patria y el patriotismo. Lo decía Fernando Gómez Martínez, uno de nuestros profesores de ética y periodismo en la Universidad de Antioquia, hace más de medio siglo, en una conferencia que dictó en Cali: “Y de aquí, dentro de las normas principales de mi ética, la última: el patriotismo. Nada contra la Patria. Quédese la noticia, si publicarla le hace a ella mal. Prescíndase de la crítica, si publicarla la desdora. Suframos al gobierno si fuera de los linderos hay quien quiera derrocarlo. Aunque las instituciones deban enmendarse, aplacemos el hacerlo si el trastorno ha de ser peor que las instituciones”