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Columnistas | PUBLICADO EL 19 diciembre 2019

La Iglesia en la que no creo

Por Alejandro Usma Díaz
ausma@cumbresmedellin.edu.co

Hace unos días resonó en el país el tema de abusos sexuales a menores, particularmente por miembros de la Iglesia Católica, a raíz de una serie de acusaciones hechas a religiosos y clérigos católicos, en un texto que ha estado corriendo a boca de jarro en las librerías de Colombia.

Toda forma de abuso a menores es despreciable y merece la atención, el proceso y la condena a la que haya lugar según la justicia en Colombia. Partiendo de esta idea, quise buscar una respuesta de la Iglesia, misma que encontré hace poco en una carta pastoral del arzobispo de Medellín llamada “Creo en la Iglesia”. La carta es una sentida invitación a vivir con conciencia la vida cristiana y a asumir seriamente la santidad que espera Dios de los creyentes. En la segunda parte, el arzobispo hace un minucioso recuento del plan de acción que la Arquidiócesis de Medellín ejecuta tanto para prevenir casos de abuso a menores, como para dar trámite a estos procesos cuando ocurran, subrayando la gravedad del caso cuando se trata de un clérigo. Concluye haciendo un llamado a actuar más como Iglesia y a todos sus miembros comprometerse con el bienestar y la protección de los menores.

Quise pensar en cuál es la Iglesia en la que yo no creo. Yo sí creo en la Iglesia, pero no es gracias a los sermones “coaching” con que algunos nos castigan los domingos. No creo en la Iglesia por esos que quieren parecer modernos y progresistas. No creo en fe irracional, no creo en curas pederastas, no creo en hombres ambiciosos y mundanos que ocupan puestos en la Iglesia que deberían ser para los verdaderos discípulos de Jesús. Menos mal todos esos son pocos, pero son los que los medios muestran.

No creo en un ideal, sino en una realidad divina y humana que se equivoca. No creo que sea sensato dar crédito absoluto a un libro que, aunque presenta datos ciertos, mezcla peligrosamente verdades con pareceres personales y con cuestionamientos que quedan al aire. Leyéndolo, recordé a Voltaire: “Calumniad, calumniad, que algo quedará”. Queda la duda, bastante perjudicial cuando se ensaña contra alguien, en este caso el arzobispo de Medellín, para buscar sofocarlo con preguntas malintencionadas a las que de todos modos con toda entereza y objetividad dio respuesta limpia y veraz en su carta pastoral de noviembre, cuya lectura recomiendo.

Es innegable que algunos miembros de la Iglesia se han equivocado, pero siempre ella puede volver sobre sus acciones, revisarse y seguir. No creo en una Iglesia que parezca perfecta, que no se equivoque, o que no reconozca sus faltas. No creo en una Iglesia imposible, que tenga solo santos, que no experimente el pecado. Sí creo en la que pide perdón, enmienda sus faltas, agacha la cabeza cuando hay que hacerlo, aprende de sus errores y no deja de hacer el bien aún en medio de persecuciones y juicios.

Y creo porque confío en la promesa: Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18).

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