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Columnistas | PUBLICADO EL 21 enero 2019

LA DICHA MATRIMONIAL NO SE CONSTRUYE ENTRE DOS

Por Juan Pablo Cardona Q.adielo123@gmail.com

La boda y el vino son accesorios en este primer signo del evangelista Juan, lo nuclear es el mensaje de alegría que se capta en la exégesis de este texto.

En Caná de Galilea hizo Jesús un signo del poder de su presencia que él quiere hacer duradera en todos los matrimonios como principio de permanente alegría. Si Nazaret enseña cómo vivir en familia, Caná invita a pensar cómo formar sólidamente una familia.

En esta boda, con dificultades logísticas por terminarse el vino durante la fiesta, están presentes Jesús y María. Ellos serán el complemento de la felicidad.

Donde está Cristo, el amor se convierte en un triunfo contra las leyes del tiempo: basta comparar estadísticas entre matrimonios bendecidos por Cristo y los que se amañan en su ausencia. ¿Se trata de seres humanos de distinto barro? Consiste en que Cristo está allí haciendo posible por el sacramento lo que a los puros intentos humanos resulta imposible. La palabra sacerdotal sobre el pan y el vino los convierte en el cuerpo y sangre de Cristo. Pronuncian los contrayentes un sí ante el altar y el efecto queda para toda la vida. Todos los actos de la vida de esposos quedan transformados, a condición de que no se ponga obstáculo a la virtud del sacramento, como sería al recibirlo sin las debidas disposiciones espirituales. La virtud del sacramento está allí, pero bloqueada, inoperante.

Tampoco basta invitar a Jesús a la boda. Hay que invitarle a que se quede en casa para siempre. La dicha matrimonial no se construye entre dos, sino entre tres, siendo el tercero Jesús, que debe estar siempre en casa como el amigo capaz de dar consistencia a lo que sin él tiende a desvirtuarse poco a poco cada día.

Caná quedará siempre como un lugar de cita para la alegría y el estupor de lo inesperado.

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