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Columnistas | PUBLICADO EL 14 septiembre 2021

La desgracia maquillada

Por david e. santos gómezdavidsantos82@hotmail.com

Tenemos muy claro que los cerca de dos años de pandemia han sido una desgracia para América Latina. El covid-19 demostró las falencias de los gobiernos, la debilidad de los sistemas de salud y la liviandad de los Estados para proteger a los más vulnerables. Y aunque estamos lejos —mucho— de poder sacar la cabeza del agujero en el que nos metió este virus, en algunos países empieza a sentirse cierta normalidad. Pero no hay que equivocarse, si sentimos que vamos para arriba es porque aplaudimos el maquillaje de la desgracia que nos subyace.

Y a la realidad, mejor mostrarla con números. Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que acaba de ver la luz puso el dedo en la llaga sobre los bombos y los platillos con los cuales los presidentes celebran la recuperación económica de los últimos meses. Dice la OIT que cerca del 70 % de los empleos generados, desde mitad del año pasado hasta el primer trimestre del actual, fueron informales: poco estables, sin las protecciones sociales básicas y con sueldos miserables.

La pandemia terminó por darle un golpe de gracia al negro panorama laboral existente antes del virus y acrecentó los aberrantes niveles de desigualdad.

Con economías tambaleantes desde hace años, el covid-19 agujereó gravemente el aparato productivo de la región, volvió norma el cierre de medianas empresas, acabó con los emprendedores y contrajo “significativamente” los ingresos medios. Ante el desmadre, cualquier trabajo parece ahora lugar para refugiarse de la tormenta y la informalidad es mayoría.

El temor es que la tendencia no ceda y se convierta en parte de la nueva normalidad. Que aquellos que tienen la posibilidad de contratar se aprovechen de la necesidad del trabajador para igualar por lo bajo sus ofertas.

La OIT muestra los números de la región y prende las alarmas. Espera que —si avanzan los dispares planes de vacunación y bajan los números de muertos e infectados—, cuando finalmente gritemos la derrota del covid-19, las cifras de empleo mejoren. Pero aún falta un trecho para eso y el horizonte no es prometedor.

Es cierto que sería apresurado concluir que la extravagante cifra de informalidad actual es la cara del futuro laboral, pero vale la pena tener los ojos bien abiertos. No sería muy extraño que la precariedad (aún más) se vuelva norma. Tenemos una larga historia de razones para desconfiar 

David E. Santos Gómez

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