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Guardadas las proporciones, o desproporciones, ambos gobernantes, así parezcan de caracteres y talantes muy distintos, coinciden en la notoria vocación arrasadora.
Por Juan José García Posada - juanjogarpos@gmail.com
Cada vez que vuelvo a España siento la alegría de una fiesta, a pesar de los pesares, si en Colombia llueve, supongámoslo, aquí en la Península no escampa. Andan y tropiezan a la par. Se desgobiernan con individuos carentes de liderazgo convincente. Son los llamados rompedores, o breakers, comprometidos con la estrategia siniestra de desbaratar a como de lugar, destruir, aniquilar las vocaciones institucionales, con la consigna del cambio por el cambio, así no cambie nada o todo se desplome. Cada día es más probable que no se trate del azar sino de un plan supranacional soterrado que se apoya en el culto de la ignorancia, el aprovechamiento de la pobreza y el manejo del fanatismo y el ánimo dañino de muchos descontentos con o sin causa, que les aportan dividendos incalculables.
No es difícil captar la realidad social y política de España, de incertidumbre, malestar y desconfianza, en líneas generales, como se infiere de diversos estudios, de la tendencia que exhiben el periodismo de variados medios de comunicación, y en alguna forma por el inconformismo que se detecta en las llamadas redes sociales y en los bares y espacios de conversación habitual. Desde 2018 cuando salió un libro titulado La realidad social española, editado por el Instituto de Administración Pública, muy poco ha cambiado la percepción, en líneas generales, de “una sociedad enfadada, sólidamente democrática y que reclama cambios”.
Sobre todo, enfadada, crispada, tal vez como nunca antes lo había estado en mucho tiempo de insatisfacción que ha sido característica histórica del país. El prestigio del mandatario actual corresponde a la precariedad de sus realizaciones. Los escándalos lo zarandean. Con su partido, el Psoe, se esfuerza por sostenerse en un poder frágil hasta negociando con el diablo, como lo ha hecho para ganar débil ventaja en el parlamento, con la discutidísima amnistía y otras decisiones traumáticas.
Guardadas las proporciones, o desproporciones, ambos gobernantes, así parezcan de caracteres y talantes muy distintos, coinciden en la notoria vocación arrasadora. Los dos camuflan el instinto autocrático. Parecen comprometidos con buscar el mal común, todo lo contrario de los estadistas paradigmáticos. No debe extrañar a nadie que uno de ellos, el colombiano diga que no se necesita cerebro... porque a lo mejor ha llegado a esa conclusión después de tantos años de lidiar en la política. Abundan hoy en día los ejemplos de mandatarios rompedores, promotores encarnizados de rupturas, que renuncian a las posibilidades de unir, concertar, acordar con los contradictores, involucrados en el siniestro negocio de dividir, picar pleitos, poner a los demás y a los propios aliados a rivalizar y enfrentarse, ajustar cuentas y cobrar venganzas. Los politólogos tienen hoy a su cargo la nada fácil responsabilidad de elaborar una buena teoría del desgobierno, el antiliderazgo, el manejo del poder para encender conflictos interminables, amenazar con la manipulación de atribuciones despóticas. Les serviría el paralelo entre dos métodos muy afines. Si por allá llueve, por aquí no escampa.