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Las lecciones del atarván

hace 3 horas
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Por Juan José García Posada - juanjogarpos@gmail.com

Poco importa si atarván puede escribirse con b o con v. En ambas formas se trata del sujeto maleducado, de modales groseros, patán, rudo, zafio. En una sociedad organizada no debería aceptársele como ciudadano recomendable, mucho menos como individuo investido de autoridad. Pero las costumbres cambian, se envilecen, hasta el extremo de que un atarván alcance a gobernar y recibir el favor de buena parte de los asociados. Se le tolera, se le aguanta y se le aplaude, aunque les falte al respeto a interlocutores, homólogos, subalternos, compatriotas o extranjeros, contradictores o amigos. Se cree con licencia para acabar con la honra y el buen nombre de los demás. No quiere saber qué es disculparse. Pero se siente víctima, perseguido, incomprendido y, por consiguiente, facultado para defender su comportamiento antisocial.

No nos sorprendamos si cada día se propagan más las conductas protagonizadas por discípulos y seguidores de los maestros de la grosería, el irrespeto y todas las formas de insulto y atentado contra la integridad moral y el derecho al prestigio y el buen nombre de los demás. El pésimo ejemplo de todos los atarvanes habidos y por haber es el que se asimila y se extiende. Es una forma de degradación del nivel educativo de todo un país. Si se han vuelto tan frecuentes la agresión verbal y física, el linchamiento de algún presunto infractor, el cobro extralegal de faltas máximas o mínimas, el estilo de ajuste popular de cuentas de Fuenteovejuna, la aplicación escandalosa de falsa justicia con palos y a puñetazos y patadas en vías públicas, qué vamos a extrañarnos, si esas son las lecciones que están convalidándose e impartiéndose desde el mismo poder institucional, mediante la provocación oral irresponsable y extralimitada con el megáfono potente de los medios oficiales de difusión.

Esa es la educación de moda, la maleducación, a partir de las lecciones de los individuos de modales groseros, patanes, rudos y zafios que se adueñan de las agencias más altas para sustituir la autoridad basada en el respeto y la sensatez como normas de convivencia. Gobernar es educar es un lema providente de buen gobierno. Eso era antes. Pasó de moda y se ha sustituido por la vulgaridad del desafío, la descalificación arbitraria, el insulto de un ministro a una magistrada, la invectiva difamatoria y calumniosa de un mandatario a un gremio, la belicosidad como regla corriente en las relaciones con estados y gobernantes contrarios, la amenaza contra los opositores, etc. La educación tiene que reinventarse, reconstruirse, restablecerse como base de la convivencia pacífica. Los maleducadores oficiales o privados que han sustituido a los maestros deberían recibir las más severas sanciones sociales de algún tribunal cívico integrado por ciudadanos originarios del magisterio de siempre. Ningún sujeto condenado como zafio, rudo, patán, debería desempeñar cargos públicos ni privados de prestancia, porque si es culpable de influir en el descaecimiento de la educación tiene que ser proscrito como un enemigo público y predicador de las lecciones del atarván.

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