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El síndrome de Procusto a la colombiana

Esta lógica empobrece el debate público y socava la institucionalidad. Es complicada y está poniendo en riesgo a la democracia.

hace 1 hora
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  • El síndrome de Procusto a la colombiana

Por Juan David Ramírez Correa - columnasioque@gmail.com

En la mitología griega, Procusto —hijo de Poseidón— ofrecía hospitalidad en una cama de hierro a los viajeros que pasaban por su posada en las colinas de Ática. Pero su hospitalidad era una trampa: si el huésped era más alto que la cama, le amputaba las piernas. Si era más bajo, lo estiraba a la fuerza. Todo debía encajar, al precio que fuera. De esta leyenda sangrienta nació el “síndrome de Procusto”, una metáfora que describe a quienes no toleran lo distinto y buscan uniformar el entorno, incluso a costa de la mutilación simbólica o real del otro.

El síndrome de Procusto bien podría representar el momento actual de la política colombiana, donde el pensamiento único y el desprecio por lo preexistente parecen haberse instalado en la cúspide del poder. Hoy, el discurso progresista que gobierna al país es el mejor ejemplo de la versión contemporánea de la cama de Procusto: todo aquello que no encaje con la narrativa oficial no sirve.

La cantidad de ejemplos es innegable. Los vemos con claridad en la actitud frente a las ideas y políticas que no nacieron bajo este gobierno, porque el criterio dominante dice: si fue construido antes, entonces no sirve. Todo es una molestia, todo ha sido obstáculo y todo lo que medianamente pudo funcionar, pues se somete al desmantelamiento ideológico. Como si el país hubiese comenzado en 2022.

Basta con mirar la relación del gobierno con los empresarios colombianos. Puro síndrome de Procusto. Acaparadores, extractivistas, herederos del “neoliberalismo fracasado”, oligarcas. Las carreteras las hicieron para que los de El Poblado vayan a Llanogrande. Esas son las etiquetas con las que, una y otra vez, se intenta desacreditar a quienes, como primera medida, generan empleo, condición que, de por sí debería ser motivo de cuidado.

El “procustismo” no termina ahí. Incluso dentro del propio gobierno, las voces críticas son rápidamente marginadas. Los técnicos ceden su lugar a los leales ideológicos. El debate cede ante el dogma. No se pide aporte, sino obediencia. No se construye desde la diversidad, sino desde la imposición. Todo lo que se desvíe de la línea trazada, debe ser corregido a golpes de amputación o estiramiento.

Esta lógica empobrece el debate público y socava la institucionalidad. Es complicada y está poniendo en riesgo a la democracia. Hay demasiada tensión, porque el poder actúa como un Procusto criollo, eligiendo a quién dejar entrar y a quién recortar para que encaje en el molde ideológico del momento.

Colombia no necesita más camas de Procusto. Necesita líderes capaces de ver en la diferencia una oportunidad, no una amenaza. De lo contrario, seguiremos atrapados en la trampa de siempre: la del poder que no tolera lo ajeno y, en su obsesión por tener la razón, termina perdiendo el rumbo.

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