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Gracias Miguel

Al Gobierno Nacional, una enérgica exigencia para que abandone la promoción del odio, la división y el sectarismo.

hace 21 horas
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  • Gracias Miguel

Por Paola Holguín - @PaolaHolguin

El 25 de enero de 1991, la abogada y periodista Diana Turbay fue asesinada durante un intento de rescate, luego de cinco meses del secuestro ordenado por Los Extraditables en cabeza de Pablo Escobar. Su hijo, Miguel Uribe, quien a los pocos días cumpliría tan solo cinco años, tuvo que crecer sin su Madre. Hoy, 34 años después, vemos con dolor como se repite la historia, y el narcoterrorismo arrebata a Alejandro la oportunidad de crecer al lado de su Padre.

Hoy Colombia despide a un político íntegro, esposo amoroso y padre ejemplar; a un hombre que convirtió el dolor en impulso moral para luchar por una mejor Colombia; a un líder que se convirtió en esperanza en uno de los momentos más retadores del País.

Su vil asesinato nos despierta a una realidad que creíamos superada, una historia de la que esta generación no tiene memoria, y que quienes la experimentamos deseábamos nunca más volver a vivirla. Las balas que silenciaron a Miguel no solo apagaron su voz, sino que se convirtieron en un retroceso de décadas, en amenaza directa a la democracia, en advertencia de que las ideas no se confrontan con argumentos sino con fusiles.

No podemos permitir que el miedo vuelva a dictar las reglas de juego y a condicionar la vida de millones de compatriotas; no podemos cederle espacio para que la barbarie se imponga y termine devorando las instituciones que con tanto esfuerzo hemos construido a lo largo de décadas.

Honrar la memoria de Miguel exige rechazar sin titubeos toda forma de violencia como método de acción política. Significa exigir justicia efectiva, no solo un expediente que se acumule en la fría estadística de impunidad que alimenta a los violentos. Significa, también, exigir del Gobierno Nacional garantías reales para el ejercicio democrático y el debate de las ideas.

Miguel Uribe no es solo una víctima más. Su historia, marcada por la tragedia desde la niñez y por la determinación de sobreponerse a ella, es un símbolo de lo que estamos llamados a defender: la vida, la democracia, la libertad de pensar distinto y de llamar las cosas por su nombre. Es también una advertencia de que, si no cerramos filas como sociedad contra el crimen, seguiremos llorando a nuestros mejores hombres.

Que el magnicidio de Miguel, vil e injustificable, no se convierta en un capítulo más de la larga crónica de impunidad que tanto dolor ha sembrado entre nosotros. Que sea, por el contrario, el punto de quiebre que sacuda la conciencia nacional y nos impulse, con denodada determinación, a rechazar al terrorismo y la narrativa que, de forma cínica, ha intentado justificarlo.

A su familia, toda mi solidaridad, gracias por su ejemplo de fe, fortaleza y respeto; a los colombianos, un llamado a la unidad, a la firmeza y a la unidad frente a la violencia; al Gobierno Nacional, una enérgica exigencia para que abandone la promoción del odio, la división y el sectarismo; a la justicia, un llamado para que persiga sin dilaciones ni concesiones, a los responsables materiales e intelectuales de este crimen atroz, y a la comunidad internacional un aviso para que miren con detenimiento a una Nación que hoy tiene su democracia en riesgo.

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