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Cuando se juntan varias personas en una coalición política para medir su caudal electoral mediante una elección popular, todos corren a poner el mismo pie de foto con un dejo de ironía: “La renovación en la política”. Y va uno a ver y tienen razón: Son las mismas caras de hace veinte o treinta años, acusando el paso de los años, que no han podido alcanzar el sueño de ser elegidos y no se cansan de intentarlo. O que una vez tuvieron la oportunidad de serlo, no llenaron las expectativas y ahora, lejos del poder, pero ambicionando volver a él, dicen sabérselas todas y tener la varita mágica para hacer del país el paraíso que nos merecemos, algunos con propuestas descabelladas y hasta peligrosas.
En este contexto, preocupa la bajísima participación de los jóvenes en la convocatoria a las primeras elecciones para los consejos municipales de juventud, que son mecanismos de participación para interlocución de los jóvenes con el Estado y sus instituciones, creados como parte del Estatuto de Ciudadanía Juvenil. ¡Pilas, muchachos! Lo que está en juego es el futuro de ustedes.
Refresca y anima ver a gente joven en política, tanto a los que participan en calidad de candidatos a puestos públicos como a los que se interesan por conocer, evaluar, discutir y enriquecer las propuestas que se debaten para la construcción de su propio futuro y el de sus semejantes. En la historia colombiana reciente hay participaciones decisivas de los jóvenes en momentos importantes del país:
En las votaciones de 1990 se incluyó la “séptima papeleta”, que aprobó convocar una asamblea nacional constituyente que modificara la Constitución Política de Colombia. De ahí nació la Constitución de 1991, que transformó el país. Esa séptima papeleta fue promovida por un grupo de estudiantes liderado por Fernando Carrillo Flórez, entonces estudiante de Derecho y con veinticinco años, que después fue ministro de Justicia y de Gobierno y, recientemente, procurador general de la Nación.
Durante décadas el movimiento estudiantil colombiano ha sido muy activo en procura de reformas sociales, económicas y educativas, mediante mecanismos de protesta y participación ciudadana. Se han destacado, entre otras, las propuestas de reforma al sistema de educación nacional en 1992, 2011 y en 2018, en las que los jóvenes consiguieron influir en las decisiones del Gobierno y del Congreso. No puede negarse que estos movimientos muchas veces se han visto desfigurados por la violencia de algunos, pero ese es otro tema.
Será con la fuerza de sus argumentos como logren hacer una renovación ideológica, más que generacional, porque no todo lo viejo es malo, ni todo lo nuevo es bueno. Medellín es un ejemplo real en este momento.
En una democracia es importante la participación activa de los jóvenes, como electores y como candidatos. Pero su interés, su fuerza, su inteligencia, su energía, su tiempo y su voluntad de lograr los cambios que tanto anhelan tienen que ir mucho más allá de protestar, algunos de palabra, obra y destrucción. ¡Muestren ganas! De lo contrario, en un abrir y cerrar de ojos tendrán los mismos vicios que tanto critican de la vieja clase política