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Pienso que el error más grande de la humanidad es dedicarse a buscar el secreto de la vida eterna, pues ello, paradójicamente, significaría el fin de la especie humana y he ahí tal vez el mayor peligro de la inteligencia artificial.
Por José Miguel De la Calle - jose.miguel.delacalle@garrigues.com
Difícilmente hay algo con peor reputación que la muerte. El hombre se pasa la vida alejándose de ella lo más posible y casi que prefiere no hablar mucho de ella, porque siente que la llama. La muerte infunde temor, estrés y profunda tristeza.
Sin embargo, olvidamos que, sin la muerte, la vida carecería de sentido. La idea de morir, la idea de una final, el sentir que somos finitos y temporales, es lo que nos da la motivación diaria para seguir adelante. La muerte es segura, inevitable e irrenunciable. Lo incierto es el cuándo de la muerte, pero no el hecho de su ocurrencia y lo bello es precisamente que no sabemos si vendrá en un minuto o en muchos años. Séneca decía que, si bien todos tenemos el poder de vivir, nadie tiene el poder de vivir mucho tiempo. La presencia de la muerte nos hace sentir vulnerables y nos ayuda a mantener la humildad y la compasión. Sin la muerte, si fuéramos eternos, seríamos puro ego, seríamos absurdamente soberbios y muy perezosos. Por esa razón, en el estoicismo se usa la expresión memento mori, para indicar que es bueno -con cierta frecuencia- recordar que moriremos.
La muerte no representa el vacío o la nada, sino el alter ego de la vida. Como en la Ying y el Yang del Taoísmo, la muerte es una fuerza opuesta, pero que se interrelaciona íntimamente con la vida. De hecho, en la forma como nuestra mente ha construido el concepto de la muerte, se podría decir que ella no hace presencia solo al final de la vida, sino que aparece cada minuto que vivimos, recordándonos que estamos vivos e impulsándonos al autocuidado y a aprovechar la vida al máximo. Literalmente, sería imposible definir la vida, si no existiera la muerte. Así como el positivo necesita el negativo, o la felicidad a la tristeza, la vida necesita de la muerte para encontrar su sentido. Incluso, Hegel decía que la muerte no existe como tal, pues constituye apenas un paso natural en el proceso de transformación constante de la materia.
Tal vez, yendo incluso un poco más allá, se podría decir que la vida y la idea de la muerte se escalonan armoniosamente a lo largo de la vida para irnos pintando la trayectoria que vamos eligiendo hasta morir, a modo de complemento perfecto. Así, mantenemos una conversación dialéctica en la que la muerte juega el papel de la antítesis diaria de nuestros pensamientos y sirve para proveernos la libertad y provocar continuos procesos de mejoramiento y superación.
Por ello, pienso que el error más grande de la humanidad es dedicarse a buscar el secreto de la vida eterna, pues ello, paradójicamente, significaría el fin de la especie humana y he ahí tal vez el mayor peligro de la inteligencia artificial. Jose Edelstein, un científico cuántico reconocido, dice que no encuentra imposible que algún día próximo podamos viajar en el tiempo y otros científicos hablan de la posibilidad real de encontrar la manera de revertir el envejecimiento celular.
Como toque final, y para hacer una mención desde la óptica jurídica, vale recordar que en el derecho de los seguros la muerte es asegurable, aun cuando no se corresponde plenamente con la definición de riesgo, esto es, un suceso incierto que no depende de la voluntad del asegurado, pues acá, como decíamos arriba, lo incierto es el cuándo, pero no el hecho mismo de la muerte.