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Con mayor o menor consciencia histórica, Petro parece anunciar una etapa de intolerancia, radicalización y violencia política contra quienes lo contradicen.
Por Federico Hoyos Salazar - contacto@federicohoyos.com
El presidente ha emprendido una curiosa cruzada contra los símbolos patrios. Al inicio de su mandato, entre anuncios grandilocuentes, propuso cambiar el escudo nacional y su lema: *Libertad y Orden*. Como es habitual, la propuesta quedó en el aire. Más adelante, desempolvó la bandera del M-19 y la convirtió en uno de sus íconos predilectos durante marchas y discursos de balcón. Ahora, en la fase final de su Gobierno, ha adoptado un nuevo emblema: la bandera de la guerra a muerte.
El historiador John Lynch relata en su biografía sobre Simón Bolívar que, durante los días del “terror” impuesto por los realistas en Venezuela bajo el mando del capitán Domingo de Monteverde, las tropas monárquicas tenían la orden de no dejar con vida a ningún mayor de siete años que simpatizara con la causa independentista. En respuesta a estas atrocidades, Antonio Nicolás Briceño —haciendado y partidario de Bolívar— propuso al Libertador que se ordenara la ejecución de todos los españoles en suelo americano. Bolívar, inicialmente, aprobó la medida con una salvedad: solo aplicaría a quienes estuvieran armados.
Poco después, Briceño fue capturado y ejecutado por los españoles. O’Leary, en sus memorias, cuenta que este hecho desató la furia de Bolívar, quien entonces impuso una nueva política: la guerra a muerte. En palabras del propio Libertador: “Nuestra bondad se agotó ya y, puesto que nuestros opresores hoy nos fuerzan a una guerra mortal, ellos desaparecerán de América y nuestra tierra será purgada de los monstruos que la infestan”.
El símbolo de ese decreto fue una bandera de fondo rojo, con un rombo blanco en el centro y, dentro de este, un rectángulo negro. Dos siglos después, esta misma bandera fue ondeada por el presidente Petro y sus seguidores durante el anuncio de una consulta popular, en lo que ha sido uno de sus discursos más incendiarios hasta la fecha. Vale la pena preguntarle al presidente: ¿contra quién pretende librar esta guerra? ¿Qué métodos contempla para llevarla a cabo? ¿A quién desea eliminar?
Con mayor o menor consciencia histórica, Petro parece anunciar una etapa de intolerancia, radicalización y violencia política contra quienes lo contradicen. Ojalá este llamado a la confrontación se esfume, como tantos otros anuncios suyos, incluido aquel fallido intento de modificar el escudo nacional.
Resulta llamativo que este, el supuesto gobierno del amor y la reconciliación, sea el más beligerante en sus formas y discursos. ¿Qué ocurriría si otro presidente hiciera llamados similares? ¿Quiénes son, entonces, los verdaderos guerreristas? Esperemos que este riesgoso simbolismo, que parece marcar el epílogo de su mandato, no sea más que otro gesto vacío.