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Por Jorge Andrés Rico - andresricocp@gmail.com
Esta columna es un homenaje para quienes hemos tenido en nuestras vidas a una madre o abuela que han sido parte de la dignificación de la mujer. Que con berraquera y pujanza lograrían ser parte del motor económico de sus hogares. Mujeres que, como mi madre y las de muchas otras personas, han tenido que vivir y actuar en medio de circunstancias exigentes, por lo que hoy son motivo de orgullo.
En este caso, el metal y la madera se unían a la práctica empírica de madres y abuelas que generacionalmente habían permitido que en diferentes hogares en Antioquia se aprendiera sobre su uso, sobre todo en sectores de clase media y baja de Medellín. Alrededor de este artefacto, hogares como el mío, crecieron con su sonido característico, su olor a aceite y telas, y la gratificación de contar con esta herramienta para la economía del hogar. Hoy, es solo parte de la decoración: la máquina de coser doméstica Singer.
Cuando recuerdo esa vieja máquina, no hay otro sentimiento fuera del pleno agradecimiento. Al ver la historia de Singer, uno se da cuenta de que sus inicios fueron en momentos turbulentos, hacia 1850 en EE. UU. en plena división entre el norte (Estados formados por inmigrantes de Europa, industrializándose y bajo filosofía de crecimiento económico) y el sur (Estados que dependían de la mano de obra de afroamericanos esclavizados y bajo un modelo más estancado de economía agraria) y en medio de esto, Isaac Merrit Singer innovaría y patentaría la máquina de coser doméstica (se había inventado antes la máquina de coser, pero él daría mejoras para su uso y fácil compra).
La labor de la modistería se impondría a la labor de la Sastrería, la cual estaba liderada por hombres. Sería en Antioquia hasta finales del siglo XVIII que el entonces gobernador Don Francisco Silvestre propondría permitir que las mujeres trabajaran en labores textiles. Estaban impedidas, lo hacían ocultas en talleres de los esposos. Iniciaría en Colombia hacia el Siglo XIX el desarrollo de la modistería, impulsado por la moda europea y liderada por la mujer.
Hasta Gabriel García Márquez en su obra “Crónica de una muerte anunciada” (1981) le dedicaría algunas letras y frases al “coser a máquina”, aunque esta herramienta habría llegado al país en 1910, la cual era bastante pesada y poco cómoda para su uso, debido a que era elaborada en hierro. Para 1925 y 1930 llegarían a Colombia otras máquinas de coser Singer mucho más fáciles de manejar en estructuras elaboradas en madera, las cuales, son esas máquinas que en algunos lugares de Antioquia aún se conservan.
En mi familia y especialmente con mi madre, hubo un encuentro generacional de legado de la Singer como herramienta de trabajo. No como una vía para opacar la labor de la mujer, al contrario, permitió el crecimiento del hogar, y como fue mi caso, y a pesar de la crisis de 1995 cuando empezaron a llegar a Colombia máquinas de coser chinas, mucho más económicas y menos finas, la Singer, nos acompañó para que con ella no solo mi madre pudiera trabajar, sino, que hasta de centro de juegos nos sirvió para que mi hermana y yo pasáramos tardes de niñez que nos dejarían un reconocimiento eterno a la Singer. Pues alrededor de esa máquina, había trabajo, fuerza de mi madre, intentos de aprender a coser por mi parte y sin duda, frases eternas como “que berraca máquina tan fina, nunca se ha dañado”.
Por esto, reconociendo la ocupación de miles de mujeres en sus hogares, admiro y reconozco la labor alrededor de la máquina de coser doméstica, su contribución a mi vida y a la de aquellos que fueron parte de una economía de hogar liderada o apoyada por una madre al volante de una Singer dignificó y permitió ser parte de la historia que construiría el presente de agradecimiento con el trabajo, el desarrollo personal y la economía honesta. Esto me dejó el ser parte de aquellos que somos hijos de madres Singer.