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Por Jimmy Bedoya Ramírez - @CrJBedoya
La imagen del presidente Gustavo Petro marchando en Times Square, pidiendo el arresto de Benjamin Netanyahu y anunciando ante la ONU la creación de un “Ejército de Salvación del Mundo” para liberar Palestina, marca uno de los episodios más llamativos de su mandato. No es inédito que un presidente colombiano busque protagonismo internacional; lo inédito es que lo haga en calidad de manifestante, con tono más de activista que de jefe de Estado. El contraste es doloroso: mientras agita banderas en Nueva York, el Catatumbo y otras regiones siguen sometidas a la violencia de grupos armados ilegales.
El Catatumbo no es una metáfora: es una herida abierta y de competencia directa del jefe de Estado. Según Indepaz, desde enero de 2025 la crisis en la región ha afectado a más de 80 mil personas entre desplazamientos, confinamientos y homicidios. El Instituto Kroc para Estudios Internacionales de la Paz de la Universidad de Notre Dame advertía en 2023 que la ausencia de Estado en zonas como esta alimenta la reincidencia de grupos criminales. Campesinos sometidos al dominio del ELN, disidencias de FARC y carteles transnacionales claman por lo mismo que los palestinos en Gaza: paz, dignidad y libertad. Son colombianos y dependen del Estado.
Sorprende que, en lugar de reforzar la presencia integral en territorios críticos, proponga un “ejército global ciudadano” inspirado en la figura de United for Peace, una resolución de 1950 que la Asamblea General de la ONU utilizó para recomendar acciones colectivas en plena guerra de Corea. Como recuerda el historiador británico Paul Kennedy en Parliament of Man, esa figura nunca sustituyó al Consejo de Seguridad y siempre estuvo limitada a recomendaciones, no a operaciones militares. Pretender convertirla en plataforma para brigadas internacionales en Palestina no solo es inviable, erosiona la credibilidad de Colombia en el sistema multilateral.
La frase en Nueva York —“Estoy dispuesto a ir al campo de batalla”— coloca al jefe de Estado en un terreno retórico peligroso. Los presidentes no son combatientes, son estadistas. Hannah Arendt, filósofa alemana, advertía que cuando los gobernantes hablan en tono de guerra, los ciudadanos dejan de recibir soluciones y solo escuchan discursos. ¿Qué debe pensar una madre del Catatumbo cuyo hijo fue reclutado por un grupo armado al escuchar a su presidente hablar de campos de batalla en Palestina, mientras su tragedia queda relegada?
En política exterior, Colombia ha construido, con altibajos, un capital reputacional como país promotor de paz y mediador de conflictos. Basta recordar la participación en la misión de verificación en Haití en los años noventa o el reconocimiento internacional al proceso de paz con las FARC. Esa tradición de “paz exportada” era un activo. Con la marcha en Times Square, Colombia muta de mediador a militante, y lo hace en el conflicto más polarizante del planeta. Esto, como advierte Rafael Pardo, en La Historia de las Guerras, puede traer costos en alianzas estratégicas y cooperación en seguridad, especialmente con Estados Unidos y la Unión Europea.
Colombia no debe ser indiferente a Palestina, pero el verdadero liderazgo global se ejerce desde la coherencia, y para un país como el nuestro empieza por garantizar seguridad en casa. La solidaridad internacional puede y debe existir, pero como complemento, nunca como sustituto del deber primario del presidente: liberar al Catatumbo y a tantas regiones sometidas a la violencia. Solo así podrá ser recordado como un transformador, no como un líder perdido en causas ajenas que olvidó que ya no es un senador con licencia para la retórica, sino el jefe de Estado de un pueblo que libra su propia batalla contra el terror, la pobreza y el abandono. Esa es la verdadera cruzada pendiente.