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Por Javier Mejía Cubillos - mejiaj@stanford.edu
En Stanford, una de las iniciativas más destacadas de los últimos años ha sido la creación del Institute for Human-Centered Artificial Intelligence (HAI). Su propósito es difundir investigación de vanguardia sobre inteligencia artificial (IA), especialmente aquella que explora su impacto social. En las últimas semanas, el debate en HAI se ha centrado en la evidencia sistemática de cómo la exposición a la IA está transformando el mercado laboral.
Dos equipos de Stanford y uno de Harvard han llegado a conclusiones inquietantemente similares: la adopción de IA está reduciendo el empleo juvenil. Aunque estos estudios aún son preliminares, usan diferentes muestras, métodos y medidas de adopción tecnológica, todos coinciden en sus hallazgos cualitativos. El gráfico 1 muestra dos de estos. Allí es claro que los puestos de trabajo para quienes están empezando su vida laboral en ocupaciones, sectores, o empresas expuestas a la IA se han contraído desde que dicha exposición se inició a finales de 2022.
Como es usual, el público parece haber advertido esto antes que los académicos. Desde hace meses, las ediciones de Bloomberg, el Wall Street Journal, y Forbes han estado repletas de noticias sobre empresas recortando personal junior. Esta misma semana, el Financial Times publicó un especial titulado El “jobpocalipsis” de los graduados: ¿dónde se han ido todos los empleos de nivel inicial?, donde sugieren que el fenómeno trasciende el mercado americano. En el Reino Unido, el número de vacantes anunciadas para recién graduados son hoy apenas el 38% de las anunciadas en junio de 2022; en Estados Unidos, el 60%.
Los mecanismos exactos detrás de esta tendencia siguen siendo objeto de debate. Algunos analistas sugieren que, ante la incertidumbre sobre las capacidades de la IA, numerosas firmas han optado por congelar contrataciones, especialmente en aquellos puestos tradicionalmente destinados a recién graduados, donde predominan tareas que hoy son fácilmente automatizables—e.g. analizar datos, redactar informes, atender usuarios, elaborar manuales.
Donde sí hay un amplio consenso es en la idea de que se trata de un cambio estructural. Y con él surgen preguntas que desconciertan a todos: ¿qué harán los miles de graduados que no logran insertarse en el mercado laboral? ¿Quién ocupará los puestos senior en el futuro si las nuevas generaciones carecen de oportunidades para adquirir experiencia? ¿Cuáles serán los efectos distributivos de un mundo en el que ganarse la vida como asalariado resulta cada vez más difícil?
Interesantemente, para un observador latinoamericano, nada de esto suena novedoso o difícil de entender. En la región, el desempleo juvenil ha sido superior al desempleo promedio por décadas. Tanto, que la imagen del profesional universitario conduciendo un taxi es uno de los clichés de nuestros países. Y el diagnóstico de este problema ha sido abundante. Desde comienzos de los 2000, la investigación en economía laboral ha identificado con claridad sus causas fundamentales. Quizá las más importantes son los sistemas educativos mal conectados con las demandas del mercado laboral y los altos costos de contratación en ocupaciones con elevada rotación de trabajadores. Así mismo, las consecuencias también son bien conocidas. Los jóvenes que no logran insertarse pronto en el mercado formal terminan en la informalidad, con frecuencia en ocupaciones ajenas a su formación.
¿Qué cabe esperar entonces en el mundo desarrollado? Probablemente, que comience a parecerse más a Latinoamérica; sociedades con economías informales gigantes, donde cerca de la mitad de la población termina ocupándose, donde las empresas unipersonales son dominantes y la regulación y tributación es difícil y costosa. Similarmente, uno debería esperar que estas sociedades se hiciesen más segregadas, evidenciando cómo se profundiza la brecha entre la clase trabajadora, en la que unos pocos egresados de universidades de élite logran entrar al mercado formal, beneficiándose de trabajos estables y bien remunerados, mientras la mayoría se queda atrapada en la precariedad de la economía del rebusque.
Entonces, quizá valga la pena pensar que aquí hay una lección más amplia. El conocimiento social no viaja en una sola dirección. Desde el sur global suele asumirse que el orden natural de las cosas es que se importen teorías e instituciones de los países ricos. Pero la realidad es que cada sociedad enfrenta retos distintos, y las lecciones pueden fluir en ambas direcciones. Hoy, los países desarrollados quizá tengan más que aprender de la experiencia latinoamericana de lo que pensamos.