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Querido Gabriel,
Uno de los asuntos que más nos debería ocupar en estos tiempos es el riesgo de que el mundo democrático se precipite aún más hacia el populismo y el autoritarismo. El fenómeno es conocido. Ante el ataque externo, la crisis económica, la inestabilidad interna o la peste, la mente de los votantes responde al miedo, parte de nuestra condición humana, y busca seguridad. Los populistas autoritarios son buenos para señalar culpables y decretar enemigos, desprecian lo construido y pregonan tener la solución, como si hubiera una sola, para este mundo lleno de desafíos cada vez más complejos. En estos tiempos, tal vez debamos volver la mirada a las instituciones y preguntarnos por el papel de las organizaciones sociales que hemos creado con tanto esfuerzo. ¿Hablamos sobre gobernanza? ¿Llamamos de nuevo al ruedo a la sociedad civil?
“Si quieren hacer algo importante, apóyense en estas entidades que llevan años construyendo proyectos para el desarrollo de la ciudad y la región”, me enseñó Lina Vélez, presidenta de la Cámara de Comercio, cuando comenzaba mi primer trabajo público. Aliarse con las instituciones y escucharlas es fundamental para el éxito de los gobiernos. Y cuando estos éxitos se acumulan, se vuelven logros para la sociedad entera. En el caso local, los grandes proyectos están muchas veces esperando a ser reconocidos dentro de nuestras instituciones, liderados por personas conocedoras y apasionadas, animadas por altos ideales de progreso social. Se construye sobre lo construido y así se avanza más rápido, se llega más lejos.
Las mayores transformaciones, las fundamentales, son lentas y graduales. Requieren la persistencia y la paciencia que abundan en las instituciones, especialmente en aquellas que tienen participación ciudadana y privada. Por eso hay que celebrar a los líderes que fundaron las universidades, los medios, los museos, los teatros, los hospitales, las bibliotecas, las cajas, las cámaras, las empresas públicas (EPM, el Metro y muchas otras), Proantioquia, Medellín Cómo Vamos, los gremios, los sindicatos, las ONG, las organizaciones comunitarias y, más recientemente, a Explora y RutaN, símbolos de lo mejor que somos y podemos ser. “El mejor dirigente no es el que hace más, sino el que, cuando se va, deja un conjunto que lo supera con ventaja”, dice José Mujica, expresidente del Uruguay.
Por otro lado, el rol más importante de las instituciones, ese quinto poder, se activa en los tiempos difíciles. Funcionan bien como consejeras y aliadas, pero existen ante todo como contrapeso a las tentaciones del poder, como soporte frente a los vacíos de liderazgo y plataforma de resiliencia ante las grandes crisis. Las buenas instituciones son maestras en humildad, tanto para los gobernantes, como para quienes las manejamos. “Ustedes pasan, las Empresas permanecen”, me dijo una vez, para ayudarme, contradiciéndome, alguna persona de EPM, ante alguna mala idea que se me estaba ocurriendo. Personas con conocimiento y carácter, como él, son esenciales para las instituciones y permiten que estas trasciendan los caprichos y voluntades individuales.
Líderes públicos y privados debemos comprender que, si queremos ser útiles, debemos ponernos al servicio de las instituciones y ponerlas a estas al servicio de las personas, no al contrario. Estas “limitaciones ideadas”, de las que habló Douglas North, son tan necesarias como las orillas, que definen a los ríos, al contenerlos y señalarles su camino. Quizá la compasión y la recuperación necesarias no provengan de un héroe, sino, como dijo esta semana Jacqueline Novogratz, “de un millón de actos heroicos”. Esos actos que realiza diariamente la gente capaz que se prepara y se cultiva en las mejores instituciones, ahora más importantes que nunca.
*Director de Comfama.