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Columnistas | PUBLICADO EL 07 julio 2021

Hay que sacar al diablo

Por alberto velásquez martínezredaccion@elcolombiano.com.co

Del vandalismo nadie está libre. Y menos los ancianos y los niños, sin vacuna para no ser víctimas del salvajismo. Los bárbaros son guapos, valientes, para golpear a los más inermes y vulnerables. Someten a palos a quienes la edad, poca o mucha, les impide enfrentarlos. Quieren seguir escribiendo la historia de la violencia demencial.

Viejos conocidos de juventud, los veteranos periodistas Humberto Arbeláez y Yolanda Naranjo, venían de Villa de Leyva a Bogotá en busca de atención médica urgente. Requerían de atención hospitalaria de emergencia. En mitad del trayecto, según narración de una de sus hijas, fueron detenidos por los manifestantes que bloqueaban la vía. “No puede seguir la ambulancia”, fue la perentoria como inhumana orden. No importaba que se les insistiera en que la oxigenación de la pareja era reducida, estaban deshidratados y la gravedad era evidente. Los jayanes con palos, machetes y piedras no dieron el brazo a torcer ante sus ruegos. “Aquí se quedan”. Y se quedaron buen rato tirados en plena vía, en delicado estado de salud. Era la inapelable orden del vandalismo que goza de patente de corso para hacer y deshacer ante la mirada impotente de unas fuerzas de seguridad privadas de cumplir con rigor sus obligaciones constitucionales y legales de garantizar la vida, honra y bienes de los ciudadanos.

Resolvieron meterse por trochas. La ambulancia con la pareja de pacientes graves logró llegar a Bogotá después de seis horas de calvario, en condiciones inhumanas. No se respetó la dignidad de sus vidas como tampoco la integridad de la misión médica que los trasladaba de urgencia. Los esposos Arbeláez Naranjo, en delicado estado de salud, mientras los bárbaros siguen gozando de vía franca para burlarse de un Estado, tan fuerte con el débil como débil con el fuerte.

Mas los revoltosos no dan el brazo a torcer. No quieren interrumpir el ciclo de los desafueros. Una pareja campesina cundiboyacense que se movilizaba a Bogotá para que atendieran un parto prematuro, y la ambulancia que la conducía fue atacada. Sindicaban a los ocupantes de llevar armas para el Esmad. No valieron súplicas de los esposos angustiados ni las explicaciones de enfermeros para que se les diera paso y lograr que la criatura en el seno de la madre pudiera nacer con vida en el hospital. Nuevamente los “valientes” huelguistas impidieron que el milagro de esa nueva vida se diera. Dudamos que en sus conciencias resuene el llanto de unos padres impotentes que vieron morir la niña.

¿Qué país estamos construyendo con esos actos demenciales, propios de irracionales sin Dios y sin ley? ¿Cuántos hechos criminales, similares a estos dos, se requieren para que el Estado reaccione y exija el severo cumplimiento de códigos y leyes para toda la sociedad, sin excepción alguna?

Como dice el bambuco de Eugenio Arellano, “hay que sacar al diablo”. Sobre todo los de carne y hueso que se mueven irresponsablemente por los caminos de Colombia

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