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Entramos en los meses más decisivos del proceso electoral que termina con la elección presidencial en el primer semestre de 2026. No es lugar común decir que esta elección ha de ser crucial, porque ella puede ser, además, la última oportunidad de tener un país viable, el cual deberá ser reconstruido sobre los retazos y escombros que en todos los frentes quedan del actual gobierno.
Nos dejará un Estado deteriorado, desmoralizado, polarizado y desacreditado. Las finanzas están comprometidas, la inseguridad desbordada, el tejido social fracturado y la confianza pública devastada. Por esto, en el 2026 no será suficiente con elegir solo un nuevo presidente; se trata, con toda seriedad y sensatez, de elegir a alguien que encarne verdaderas y comprobadas competencias y capacidades para enfrentar el reto que tan paupérrima situación demanda.
La elección de presidente como jefe de Estado se consuma con el hecho del voto mayoritario de los ciudadanos. Pero un presidente, y con mayor razón y fuerza en esta ocasión, debe ser además líder y estadista, condiciones que no florecen por ser electo. Esta amalgama de capacidades y competencias de jefe, líder y estadista, a la vez, no es virtud que abunde en la multitud de precandidatos; por el contrario, quienes las poseen, conforman una destacada minoría. En síntesis, solo elegimos presidente, quien será investido con el poder formal del cargo de jefe de Estado, pero las condiciones de líder y estadista son característica particular de algunos de los aspirantes y no de todos ellos.
A diferencia del jefe que manda por posición jerárquica, el líder inspira e influye positivamente en los demás por convicción, credibilidad y carácter en busca de objetivos compartidos, movilizando voluntades, generando cohesión a través del ejemplo, visión y capacidad de acción. Dice Kathia Ramanna, norteamericano, profesor de la Universidad de Oxford, al ser en entrevistado por el expresidente Iván Duque para su libro Fuerza y Verdad, que “liderar no es imponer, sino servir con integridad y formar comunidades capaces de dejar el mundo mejor de lo que lo encontraron”.
Ahora bien, el concepto de estadista en este contexto se basa en la definición de la RAE de “Persona con gran saber y experiencia en los asuntos del Estado”, pero trasciende bastante más en su alcance y responsabilidades. El ex Secretario de Estado y estratega político Henry Kissinger, en su excelente libro Liderazgo, analiza los perfiles políticos de seis líderes mundiales muy influyentes en el pasado reciente, entre ellos Adenauer, de Gaulle y Nixon, concluyendo que el estadista es un tipo de liderazgo específico, que con visión de largo plazo, sentido de Estado y responsabilidad histórica, atempera la visión con cautela y mantiene el sentido de los límites, centrándose en la gestión y preservación de las instituciones.
En tiempos de crisis o polarización como los actuales abundan los líderes emocionales, profetas, promeseros y otros que solo se destacan por el tamaño de su ego, pero escasean los estadistas. Sin estos últimos, las democracias no solo pierden rumbo, sino su estructura y esperanza.
Esta vez, más que nunca, no bastará con votar; habrá que discernir muy racionalmente a la hora de escoger el candidato. Que no nos guíe la emoción, sino el juicio sereno, porque nuestra disyuntiva es reconstrucción o ruina.
