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“Se puede engañar a todo el mundo algún tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Abraham Lincoln.
Por Fanny Wancier Karfinkiel - fannywancier7@gmail.com
Así como la mayor parte del tiempo vivimos bajo la falsa creencia de que somos inquebrantables, es de esperar que nos asalten serias dudas en los momentos de fragilidad que la vida conlleva y que, hasta ahora, no hemos encontrado como evadir: infancia y vejez, enfermedades, pérdidas y duelos, violencia, estrés, incertidumbre, desastres naturales y, en general, cualquier cambio.
Entonces no es raro afirmar que, de una u otra manera, todos los seres humanos hemos padecido daños y perjuicios a raíz de situaciones frustrantes y dolorosas, donde eludir el lugar de la víctima resulta complicado o imposible. Por fortuna, cada vez hay más recursos que ofrecen ayuda para afrontar circunstancias difíciles, minimizar las consecuencias y, en el mejor de los casos, salir adelante.
Otra cosa, es la actitud o ¿aptitud? de manipular las emociones y el pensamiento crítico de individuos, grupos y países enteros, utilizando la vulnerabilidad para culpar a otros o sacarle ventaja.
Provocar desvalidos es propio de la narrativa del comunismo, inyectado con la retórica victimista de la explotación y la opresión. Igualmente, se observa en el nacismo cuando finalizada la Primera Guerra Mundial, presentó menoscabado al pueblo alemán por Europa, los comunistas, y los judíos. Convencer a la población de que los líderes son “oprimidos” defensores de un ideal, y no “opresores” que buscan amasar más poder, es uno de los discursos victimistas más exitosos del populismo. Otros intentan evadir la ley proclamando que son víctimas de la peor “cacería de brujas” de la historia. Se aplica en mandatarios que encubren la corrupción y su mala gestión, atribuyéndolas al rechazo de los blancos o culpando a la falta de credibilidad, mediocridad, indisciplina e incumplimiento, a causas ajenas a ellos mismos. No faltan quienes acusan a la oposición de no dejarles asumir las riendas del gobierno, tal como los niños cuando, culpando a sus progenitores, desvían la atención de las experiencias que consideran vergonzosas o perturbadoras. El victimismo cobra matices inconcebibles, al ser utilizado por terroristas y activistas belicosos con el fin de modificar la opinión pública y, debilitando la confianza en vastos sectores de la población, consiguen que apoyen las causas que defienden, así produzcan daños graves y en ocasiones, irreparables.
Vale la pena preguntarse por qué a pesar de la indignidad y del descaro de justificar los descalabros propios a factores externos, victimizarse produce tanta simpatía. Por qué despierta solidaridad, aunque provenga de ideologías retorcidas que aseguran defender una “moral superior”.
Quizá porque pertenecer a grupos en igual condición tiene un lado tranquilizador, o porque victimizarse, aun cuando despreciable, es una forma de protegerse.
Es primordial entender que una vez arrojados al mundo, responsabilizarnos de nuestros pensamientos y acciones es la opción indicada, dado que no está en los demás asumir las consecuencias de nuestro destino.