viernes
0 y 6
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Según esta sociedad consumista y materialista, vivimos, o deberíamos hacerlo, en un mundo feliz. No importa nada, solo hay que sonreír. Y si hay derrumbe, tampoco importa. Basta con tomar aire y seguir de pie, de preferencia sonriendo. Pues no. No es así de sencillo para todos. La felicidad no es una meta que tenemos que alcanzar a como dé lugar y las manifestaciones del estado de ánimo diferentes a la alegría también hacen parte de la vida, como la verdad y la mentira, el sol y la luna, la luz y la oscuridad, el dolor y la tranquilidad, la guerra y la paz. Y por eso defiendo el derecho a estar tristes, aburridos, cansados, angustiados, embejucados, adoloridos...
Muchos motivos borran de tajo la sonrisa. No solo el mundo y el país nos llenan de razones cada día, sino también las situaciones particulares que con frecuencia tenemos que afrontar: Una decepción, una traición, una injusticia, una quiebra económica, la incertidumbre de un mañana que se ve borroso y poco promisorio, la impotencia frente a la enfermedad o la muerte, que cada tanto nos quita un ser muy querido, bien sea de piel o de pelaje, entre muchas más.
En momentos como esos, cuando parece que el corazón nos lo hubieran cambiado por un hormiguero en constante ebullición, muchos lo único que queremos es llorar un rato largo, solos o acompañados, y descargar de alguna manera ese dolor que nos carcome por dentro y que nos hace sentir infnitamente frágiles.
Sí, a veces la vida duele. Y a veces nos sacude tan duro que pensamos que nunca podremos reponernos, pero en el camino se aprende, a veces a los guarapazos, que las crisis suelen venir disfrazadas de oportunidades para liberarnos de apegos nada saludables.
No me gustan los libros ni las frases de autoayuda, pero cuando entendemos lo que nos causa dolor y podemos trascenderlo antes de que se nos convierta en sufrimiento, ya vamos ganando la partida. “Esto también pasara” no es un palíndromo, pero funciona al derecho y al revés, es decir: Sirve para cuando estamos derrotados y para cuando nos sentimos triunfadores. De todos modos nada se quedará igual para siempre, ni la risa ni el llanto, ni el triunfo ni el fracaso, porque la vida, como la geografía, está llena de valles y cumbres empinadas, a veces en perfecto equilibrio. Si solo fueran prados llenos de flores bellas viviríamos en Instagram. Y si solo fueran precipicios escabrosos, viviríamos en Twitter. Ni lo uno, ni lo otro, estamos destinados a movernos en ambos mundos.
No pretendo escribir un tratado de psicología, tampoco hacer una apología del dolor. Solo busco que en momentos de profunda tristeza casera, de los que nadie tiene escapatoria, seamos capaces de reconocernos frágiles y vulnerables, de gritar, llorar, patalear y buscar un hombro amigo que nos regale abrazos y nos ayude a seguir, después de sonarnos la nariz. Pero aplican términos y condiciones: En caso de depresión, ansiedad o pánico, busque ayuda profesional urgentemente. Recuerde que “el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional” .