viernes
0 y 6
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—Papá, ¿dónde vamos a ver el partido?
—¿Cuál? Si Colombia no clasificó— dijo con desanimo.
—El de Argentina—, le respondí.
—Pues sí, ya que no clasificamos, Colombia es Messi en el mundial.
En Qatar se está realizando en mundial triste. No solo es triste por la sombra de corrupción dentro de la Fifa, ni porque el país anfitrión tiene más reglas que un tute para disfrutar el mundial, ni porque será el último mundial de Messi y Cristiano, pues dentro de unos años saldrán otros jugadores y las nuevas generaciones dirán que son los mejores. Entonces los nostálgicos refutaremos: «Eso es que no viste jugar a Messi». Así como hoy nuestros padres dicen, «Eso es porque no viste jugar a Maradona». No deja de ser romántico ver que, en el fútbol, además de heredar pasiones, también se heredan nostalgias.
No solo es triste por eso, sino porque queríamos ver a Colombia en el mundial, o mejor, estábamos seguros de que estaríamos en Qatar. El desconsuelo es, además de la eliminación, saber que teníamos con qué. Si hubiéramos tenido una selección sin talento nuestra ilusión no hubiera crecido tanto. Aunque a veces creo que los sobrevaloramos, y por eso, entre más creció la expectativa, más duro fue el golpe de la decepción.
García Márquez decía que este es el país de la desmesura. Eso se ve en la forma de celebrar o asumir la derrota en el fútbol. La selección es de los pocos imaginarios que nos unen masivamente. La camiseta es una bandera que se pone con blue jean. Imagínese, nos la ponemos para conmemorar el veinte de julio. No pasa lo mismo con la camiseta de otros deportes, y es que para lo bueno y lo malo, el fútbol es la metáfora del país.
Este es un mundial triste porque la selección nos unía. Fue lindo ver a uribistas, petristas, fajardistas, rodolfistas, —mentira, esos renunciaron— abrazados cantando el gol de James contra Uruguay. Cuando la pelota toca la red se olvidan las diferencias. Por eso duele tanto, porque nos quitaron la utopía de sentir que nos unimos para algo lindo.
Es un mundial triste porque si hubiéramos clasificado, madrugar a las 5:00 am tendría más sentido. Ver jugar a la selección sería un pretexto para encontrarnos, se haría parche de amigos, de familia. Eso lo perdimos. Perdimos la excusa para alegrarnos, para renegar por una mala jugada, emocionarnos con un tiro en el palo, insultar a un jugador que se come un gol, para endeudarnos con el viaje a Qatar, para abrazar al desconocido, para capar trabajo, para llorar cuando nos eliminen por creer que hubiéramos podido llegar más lejos, para insultar al árbitro, para cantar el himno, para tomar cervecita en casa de los papás. Para, por lo menos, tener la opción de soñar, que es de lo poco que nos queda a quienes vivimos en países con una realidad que corrompe la esperanza. Tocará esperar cuatro años.
– Mijo, perdió Argentina.
– Ah, ya ni eso nos queda