viernes
0 y 6
0 y 6
Por Laura Turner
La ansiedad ha sido mi compañera constante desde que tengo memoria. Mis primeros recuerdos son de intensa preocupación: estaba segura, por ejemplo, de que mis padres nunca volverían a casa cuando salían de la casa en la noche, o que cada resfriado que tenía era el comienzo de una enfermedad mortal. Como adulta joven, me comía las uñas al máximo mientras me preocupaba por una situación financiera o repetía una conversación en mi cabeza a la medianoche. He visitado más terapeutas de los que puedo recordar, leí libros sobre ansiedad y llené decenas de hojas tratando de identificar mis “distorsiones cognitivas” y cambiarlas para poder comenzar a pensar racionalmente.
El problema es que nunca empecé a pensar muy racionalmente. La ansiedad es inherentemente irracional -maneja las cosas en términos de qué pasaría y peores casos- y entonces, para mí, no respondió entrenando mi mente. De hecho había ocasiones en las que la terapia cognitiva y de comportamiento hacía peor mi ansiedad: sentía vergüenza por no ser capaz de responder racionalmente a los pensamientos generados por mi desorden de ansiedad generalizado, el diagnóstico que había recibido en mi primer año de universidad. Un terapeuta recomendó que cada vez que me sintiera ansiosa, me levantara de mi silla en el trabajo y “caminara” mi ansiedad fuera de mi cubículo. Después de ‘caminarla’ cada minuto durante una hora, me di cuenta de que no podía seguir con esto. Necesitaba algo nuevo.
Así que hace más o menos un año, encontré una terapeuta nueva. Julie, una mujer peliblanca que se viste de Eileen Fisher. Le conté sobre mi lucha contra la ansiedad durante toda mi vida, y en lugar de darme hojas de trabajo o recomendar libros para leer, me invitó a sentarme con mis sentimientos dolorosos. “Invitar” y “sentarse con” son palabras que usa mucho. Julie practica una forma de terapia de aceptación y compromiso (ACT), que ayuda al paciente a reconocer cómo a menudo reaccionan de forma exagerada a los sentimientos desagradables, a ver sus sentimientos desagradables sólo como sentimientos, no como realidad, y a aceptar que partes de la vida son difíciles y eso está bien.
ACT, que se desarrolló en la década de 1980 y desde entonces ha tenido una amplia aceptación, no se opone a las intervenciones cognitivas o conductuales; de hecho, esos son componentes muy importantes de la misma. Pero no sugiere que debamos cambiar los pensamientos que brotan y nos causan dolor. En cambio, dice que los sentimientos negativos son parte inevitable de la vida, y que podemos lidiar mejor con ellos al aceptarlos, aprender de ellos y luego actuar de acuerdo con nuestros objetivos de vida más grandes.
La idea de que yo podía aceptar mi ansiedad -en lugar de tratar de deshacerme de ella- era revolucionaria para mi. Y la forma de hacerlo -reconociéndola cuando la veo, diciendo algo como “acepto este pensamiento ansioso” o tal vez incluso usando mi imaginación para invitarla a tomar el té, y luego decirle que tengo que seguir con algo distinto- me ha ayudado más de lo que pude haber imaginado cuando empecé a ver a Julie. Mi ansiedad no ha desaparecido, pero su control sobre mí se ha aflojado de manera significativa desde que descubrí la idea de aceptación. Es muy contrario permitir entrada a lo que me hiere, pero resulta que hacerse amigo de mi miedo ha hecho que su voz se suavice.
Empecé a llamar a mi ansiedad Susan. Ella va casi a todas partes conmigo, y aunque tiene muy buenas intenciones, simplemente es demasiado ruidosa y demasiado preocupada por todo. Así que le doy las gracias por cuidarme y luego trato de pasar el día sabiendo que seguirá apareciendo y que ya no necesito sacarla de mi cubículo. Ella puede quedarse. Vivimos en una época en que la ansiedad es un problema de salud mental de proporciones épicas.
Por lo tanto, tenemos dos opciones: podemos combatir la ansiedad, quedarnos atrapados en un ciclo de tratar de responder a nuestros pensamientos de miedo con una racionalidad que nunca podremos alcanzar realmente, o simplemente podemos aceptar nuestra ansiedad como un hecho de la vida, no más bueno o malo que el clima.
Aceptar nuestra ansiedad no significa que su enfoque no sea válido: hay mucho de qué preocuparse en este momento personal, político y global. Pero sí significa que no queremos que la ansiedad sea nuestra solución a estos problemas. En cambio, queremos mantener la calma lo más que podamos para poder comprometer nuestros cerebros racionales. Queremos ahorrar nuestra energía para centrarnos en los problemas importantes de nuestras vidas, en lugar de utilizar nuestra energía para desesperar mentalmente durante horas y horas