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Chile votará este domingo el esperado referendo sobre su nueva Constitución y, según advierten los sondeos, es muy posible que gane el rechazo. La nueva carta magna, símbolo y resultado del estallido social del 2019, se encuentra con una sociedad temerosa de profundizar los cambios gubernamentales y económicos. Modificaciones sustanciales que, si bien tenían un apoyo importante hasta hace unos pocos meses, ahora se interpretan como demasiado radicales.
Puede que las elecciones sorprendan. Que, como ha pasado tantas veces en los últimos años, las mediciones previas se equivoquen y los indecisos —que hoy rondan el quince por ciento— se definan a favor del “apruebo”. Sin embargo, el presidente Gabriel Boric es consciente de la necesidad de proponer un plan B, si el No se impone. Boric, consecuencia política del mismo estallido de hace tres años, cree que de ser negada la Constitución, tendría que venir un proceso de renegociación política que permita salvar algunos de los artículos más importantes. No se puede empezar de cero.
La Constitución con la que hoy se rige Chile fue engendrada en momentos de la dictadura de Augusto Pinochet. En ese sentido, los cambios más profundos que propone el nuevo texto tienen que ver con considerar la democracia como “paritaria” entre hombres y mujeres y el Estado como plurinacional, más incluyente con las comunidades indígenas y sus autonomías. Además, plantea que el Estado intervenga para garantizar la salud, la educación y las pensiones, en un país en el que históricamente las empresas privadas han jugado de protagonistas en estos ámbitos. En la rama legislativa, se pide la desaparición del Senado y se piensan cámaras regionales y nacionales. Así mismo, se autoriza la posibilidad de la reelección presidencial consecutiva por una vez. Para los más críticos con la nueva norma, en este último bloque de iniciativas hay un interés de debilitar el Estado y la separación de poderes.
Valdrá la pena estar atentos a los resultados de las votaciones del referendo este fin de semana y luego sacar algunas conclusiones. La aprobación o el rechazo a la Constitución chilena significará un diagnóstico del momento político de la región, pues las experiencias actuales de países como Argentina, Perú o Colombia —y lo que puede pasar en Brasil en un mes— son resultado de temblores sociales similares. Aún guardando las diferencias nacionales y evitando las generalizaciones, la movilización de ciertos sectores conservadores para frenar el cambio en Chile o proponer una renegociación de las modificaciones legales nos darán pistas sobre la forma en la cual nuestras sociedades se asoman a su transformación y cuánto están dispuestas a ceder. Las ciudadanías a lo largo y ancho de América Latina están cansadas, ansiosas por renovarse, pero cuando se ven abocadas a ello, piden ir más despacio. Una cosa es comprometerse a dar un salto hacia el cambio. Otra muy distinta es darlo