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Tengo una especie de ritual consciente para no morir de desaliento cuando alguien se refiere a Colombia como “este platanal”, “este chochal” o “este estercolero”, pero con eme.
Sin que ese alguien haya terminado de desahuciar al país, mi mente ya está buscando con qué contrarrestar ese mantra negativo que cancelo de inmediato. Y si vieran que no hay que talar un bosque ni secar un río para encontrar un poquito de esperanza. No, a pesar de todo el revolcadero, de las noticias tristes, de las nubes negras que surcan nuestro cielo con tanta frecuencia, siempre hay un tesoro para sacar pecho. A veces en forma de científico, de deportista, de músico, de médico, de líder social, de escritor, de buen vecino o de artista de talla mundial, tal vez el artista vivo más importante del mundo actualmente, sin exagerar. Se llama Fernando Botero Angulo, y es tan nuestro como la arepa del desayuno y el chicharrón de los frisoles.
El martes pasado, durante el homenaje a distancia que recibió con motivo de sus 90 años de vida, me conmovió un discurso que pronunció años atrás, en la inauguración de la plaza Botero, cuando la llenó de obras majestuosas para orgullo y deleite de habitantes y visitantes. Decía el maestro, entonces: “Que mis esculturas queden colocadas aquí, en este bello sitio para siempre, es un honor y un placer infinito. Cada una de estas obras fue creada y fundida en Italia, en el pueblo toscano de Pietrasanta, y han recorrido el mundo entero. Y la gente siempre me ha preguntado: ‘¿Dónde más podrá mostrarlas?’. Y sin vacilar he respondido siempre: ‘En mi tierra, en Medellín, que para mí ha sido, y lo seguirá siendo siempre, el lugar más importante del mundo’”. Y lo dijo, justamente, cuando el mundo miraba con lupa nuestra ciudad, por razones tristes ampliamente conocidas.
“Medellín es el lugar más importante del mundo”, se le oye en su acento paisa no exagerado, más bien neutral, no contaminado por ningún otro idioma, a pesar de que emigró muy joven, buscando horizontes más amplios, y ha vivido en varias metrópolis del mundo, sin desconectarse nunca de la realidad de nuestro país, ni de la bonita ni de la dolorosa, que ha reflejado en varias de sus creaciones exuberantes, gracias al manejo inconfundible de la forma y el color, sin sombras, que imprime en cada una de ellas.
Según informes de prensa, algunas de las obras de Botero pueden costar entre dos y cuatro millones de dólares. Y Medellín tuvo el honor de recibir un premio gordo: ¡Veintitrés esculturas! Y no de pequeño formato, precisamente. Luego llegaría El gato, instalado en el parque biblioteca que lleva su nombre, en San Cristóbal, y una colección importante de sus cuadros y otras piezas de su colección privada, para disfrute de visitantes en las salas del Museo de Antioquia. ¡Hablemos de arraigo, de generosidad y de tesoros colombianos!
#GraciasMaestroBotero