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Columnistas | PUBLICADO EL 20 marzo 2022

El poder de las palabras

¿Cuántas cicatrices creamos al no comprender el poder que tienen nuestras palabras y acciones en la vida de otros, sobre todo, de nuestros niños?

Por Catalina Rengifo - JuntasSomosMasMed@gmail.com

Recuerdo despertar, correr a la ducha y esperar a que él estuviera listo, subirme al carro y sentir las palpitaciones, iba a acompañarlo a ver cómo de un lote salía una estructura, cómo con cálculos se construían vías, hoteles, edificios y casas. Yo respiraba construcción y mi ser me decía que sería lo mismo que mi papá: Ingeniera.

Desde muy pequeña lo supe, estuve durante años convencida de ello. El camino se veía fácil, debía seguir el ejemplo y los consejos de mi superhéroe, el resultado serían vías, edificios y estructuras que yo materializaría. En medio de esta ilusión llegó el Mundial de 1994 y con él, para mí, un salón de clase con veintidós estudiantes, un tablero verde y tizas de colores.

Mi profesora de matemáticas, seguramente guiada por la más noble de las intenciones, decidió que la mejor forma de enseñarle a un grupo de niños de once años era dividir el salón en dos. Los buenos para las matemáticas, a quienes llamábamos los “inteligentes”, y los que teníamos alguna dificultad para ella, a quienes tildábamos como los “brutos”. La división del salón fue una estrategia que buscaba facilitar la enseñanza, pero, sin duda alguna, no facilitó el aprendizaje. Al dividirnos, reforzó las conductas que promueven la competencia, se generaron rivalidades, se fortalecieron estereotipos de mentalidad fija y nacieron creencias debilitantes que convencieron a algunos de los miembros de ese gueto, que definió mi vida, de que las matemáticas no eran para nosotros.

A los once años decidí que las matemáticas serían un problema, un reto, una dificultad. Convencida de ello, me vi anualmente en recuperaciones y llorando ante un examen de cálculo o cualquier materia relacionada con números. A mí me tomó más de veinte años entender que yo no era mala para las matemáticas, que esa creencia debilitante que me venía acompañando desde 1994 estaba soportada en la falta de conocimiento sobre el poder de las palabras y en una decisión errada de un grupo de adultos.

¿Cuántos sueños estamos desbaratando desde antes de ser cimentados? ¿Cuántas cicatrices creamos al no comprender el poder que tienen nuestras palabras y acciones en la vida de otros, sobre todo, de nuestros niños?

Citando a José Saramago: “Las palabras no son inocentes ni impunes”. El conjunto de palabras que utilizamos genera reacciones en nuestros cuerpos, un simple no produce una reacción de cortisol, mientas que un produce dopamina, la hormona del placer. Cuánto daño le hacemos a quienes nos rodean cuando al elegir mal los métodos de enseñanza les decimos que no son buenos para algo, que no pueden cumplir sus sueños, que no están listos.

Mi invitación hoy es a que revisemos las palabras que estamos utilizando, esas que diariamente definen nuestra esencia e impactan a quienes nos rodean. Lo que comunicamos y materializamos con palabras crea nuestra realidad, y nuestro compromiso es construir una sociedad en donde nuestras palabras creen huellas y no cicatrices 

Caty Rengifo Botero

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