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El olvido del Zancudo

La importancia del Zancudo fue tal que llegó a crear su propio banco con el fin de emitir billetes para pagarle a sus empleados, los cuales fueron ampliamente reconocidos en la región como moneda.

07 de enero de 2024
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  • El olvido del Zancudo

Por David González Escobar - davidgonzalesescobar@gmail.com

En la esquina superior derecha de la página siete de la edición del miércoles de EL COLOMBIANO, eclipsada por el titular sobre la captura de “cinco ladrones que robaron lujoso Rolex”, se encontraba la noticia del colapso de la Capilla de Santa Bárbara, situada en el corregimiento de Sitio Viejo en Titiribí.

Con más de 150 años y escaso mantenimiento, el paso del tiempo devoró el pequeño templo. En las fotos se veía casi la totalidad del techo en el suelo. Una fachada completamente destrozada.

Hace casi dos siglos nació también, en los alrededores de esta capilla, la Sociedad del Zancudo, que gracias a la explotación de la mina de oro que llevaba el mismo nombre, durante la segunda mitad del siglo XIX se consolidó como una de las empresas más grandes de toda Colombia y, junto al resto de las actividades mineras del departamento, en una de las determinantes del devenir de esta región: la Antioquia que conocemos hoy en día tiene sus cimientos en la actividad minera de aquellos tiempos.

La explotación de minas de veta como El Zancudo permitió elevar las capacidades empresariales de los antioqueños. La interacción con tecnología y trabajadores extranjeros, esenciales para la minería a gran escala, enriqueció con nuevos conocimientos a una población aislada en medio de las montañas. La necesidad de pensar en grande en cuanto a las inversiones en herramientas y maquinaria que demandaban estas sociedades mineras promovió, como nunca antes, la asociación de pequeños capitales financieros para llevar a cabo estas empresas, lo cual resultó en un capital social mucho mayor que la suma inicial de sus partes.

Si bien Coroliano Amador, reconocido como uno de los primeros millonarios paisas excéntricos, estuvo entre los principales accionistas del Zancudo, la riqueza generada durante la etapa más próspera de la mina no se limitó a sus propietarios. La bonanza económica se extendió hacia otros sectores económicos, impulsando el desarrollo del comercio, la banca y la agricultura, además de estimular un mercado interno que situó a Antioquia como una de las regiones más prósperas del país.

La importancia del Zancudo fue tal que llegó a crear su propio banco con el fin de emitir billetes para pagarle a sus empleados, los cuales fueron ampliamente reconocidos en la región como moneda. La minería también dejó su marca en la educación superior al fundarse la Escuela de Minas en 1886, enfocada en la formación de ingenieros, una educación que hasta ese entonces debía buscarse en el extranjero.

Mi tatarabuelo, Antonio Álvarez, uno de los primeros egresados de la Facultad de Minas, fue gerente de la Sociedad del Zancudo durante varios años. Libardo López, uno de los fundadores de la Universidad de Medellín, otro de mis tatarabuelos, fue también secretario general y abogado de la empresa minera. De cierta manera, aunque a más de un siglo de distancia, yo soy un hijo del Zancudo.

Sin embargo, ese vínculo cada vez queda más lejano. La historia minera que impulsó en sus orígenes a este departamento y que sentó las bases de mucho de lo que hoy entendemos como el “empresariado antioqueño” quedó ahí, olvidada en un rincón, cayéndose a pedazos como la Capilla de Santa Bárbara.

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