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En un país como el nuestro, donde tantos tienen una opinión sobre todo, a veces vendría bien hacer el ejercicio de no decir nada, guardar silencio, tragarse la euforia, el impulso de las palabras, reposarlas para que sean más contundentes.
Por Diego Aristizábal - desdeelcuarto@gmail.com
A mí me sorprende la capacidad que tienen tantos colombianos de opinar sobre todo. Van por la vida declarando, hablando como expertos sobre cualquier cosa, o al menos eso creen. Casi nunca tienen un “no sé” para una pregunta, son especialistas hasta en eso que los mismos especialistas apenas están indagando; pero eso no importa, a muchos les gusta hablar, declarar, soltar las palabras, no un contenido que inspire, sino que aumenta el vacío con tantas ideas sueltas. Pasa algo, escuchan algo, y de inmediato tienen sus lenguas listas (en plural porque evidentemente no tienen solo una, tienen varias, según las ocasiones) y se van lanza en ristre con estruendo a perturbar la vida, porque hay palabras que no consuelan, al contrario, abruman, angustian, dan pena ajena, generan odio.
En un país como el nuestro, donde tantos tienen una opinión sobre todo, a veces vendría bien hacer el ejercicio de no decir nada, guardar silencio, tragarse la euforia, el impulso de las palabras, reposarlas para que sean más contundentes.
A muchos se les olvida que uno tiene derecho a guardar silencio, no solo cuando lo coge la policía de los Estados Unidos y le hace la famosa advertencia Miranda: “Tiene el derecho a guardar silencio...”, sino en la vida en general cuando se puede estar tan plácido sin decir nada. El silencio hay que dejarlo correr. Enmudecer es una forma de observar la vida, no tengo que saber de todo, y está bien.
Yo no sé qué pensará de nosotros los colombianos el pobre Harpócrates, dios del silencio, sabiendo que aquí ya es imposible encontrar un local donde no haya música o un televisor prendido. Hoy en día, cuando se publican tantos libros sobre cómo hablar en público, a mí me parece que ya es hora de que se publique uno contundente sobre cómo hablar en silencio, cómo hacer que esa “ausencia” sea más significativa que todas las palabras juntas y, por supuesto, más reveladora. El verdadero silencio es el que no genera angustia, al contrario, es un deleite para esa alma que le gusta callar, incluso acompañada.
Ahora, cuando hay tanta gente que quiere especializarse en hablar, yo quisiera especializarme en silencios, escuchar más, sentir que las palabras son tan preciosas que uno no puede dejarlas por ahí, huérfanas, sin una idea contundente.
Hay una novela que se publicó hace un tiempo y no es fácil conseguirla, lastimosamente, pero sigue siendo hermosa y un buen punto de partida para aquellos que, como yo, apenas hacemos pinitos en este asunto. El libro se llama La historia del silencio, y lo escribió el español Pedro Zarraluki. Si se animan a leerlo, se darán cuenta de que en el silencio están las posibilidades, el mensaje más rotundo..