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Columnistas | PUBLICADO EL 20 abril 2020

El lugar de la ilusión

Por juan david escobar valenciaredaccion@elcolombiano.com.co

Abre el balcón y el corazón, / siempre que pase la ronda. Mira mi bien que yo también / tengo una pena muy honda”. De la canción “La Rondalla”, letra y música de Alfonso Esparza Oteo

En este encierro forzoso, no importa si es una “noche callada de inquietos luceros” o es de día cuando los luceros entran en cuarentena, estamos revalorando un invento desarrollado hace miles de años por sumerios, indios y egipcios, que ya quisiera la física haber perfeccionado antes para materializar el preciado deseo de la ciencia ficción, los portales dimensionales que permiten ir de un universo a otro. El balcón.

El balcón, eso que en arquitectura llaman “espacio intermedio” y que Elena Coch en su tesis: “La Utilitat dels espais inútils” describe como: “Abertura en la pared de un edificio que comienza desde el suelo de un piso elevado, con baranda, que generalmente circunda la plataforma que sobresale al frente”, es un instrumento proveedor de confort lumínico y térmico. Pero por estos días de casa por cárcel, cortesía de China, igualmente es uno de los pocos espacios donde la ilusión puede manifestarse.

El balcón es esa zona de transición parcial entre lo público y lo privado, pero más lo último que lo primero porque solo a usted le toca barrerla y trapearla. Es la manera segura en donde la ilusión no muere porque permite comprobar que ese mundo que tanto anhelamos, sigue ahí, aunque por ahora resulte inaccesible. ¿Acaso hay una certeza más necesaria y vital que esa?

El balcón también es el estadio del chisme y el metiche, la ventana a lo ajeno que deja ver desde lo alto lo calvo que están los transeúntes, quienes seguramente no saben o imaginan la magnitud del proceso migratorio de su pelo. Pero es especialmente el lugar para soñar e ilusionarse con lo imposible. Hay que ver la ilusión del esposo enclaustrado que sale al balcón con la ingenua aspiración que su vecina del frente lo vea “interesante”, ya sea por el beneficio de la duda que otorga la distancia o por el tedio de ver 24 horas diarias a su marido que a ella le impone el encierro. Pero como la ilusión altera la comprensión de la realidad, el ilusionado no sabe que ni siendo el único sobreviviente masculino del Covid-19 del planeta, ella caerá rendida a los pies peludos de ese Romeo flácido y sin afeitarse.

En mi caso, mi balcón no da a ninguna calle, cosa que agradezco. Tampoco hay alguien a quien valga la pena ver, y viceversa. Pero salgo al balcón con mi gata y es a ella a la única que observo. Me encanta ver sus ojos cuando siguen la trayectoria vertical de las hojas que resignada y lentamente caen, o el paso fugaz de pájaros que cruzan horizontal y velozmente, como si algo invisible los persiguiese.

P.D.: Como ven, el encierro está pasándome factura.

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