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Columnistas | PUBLICADO EL 11 marzo 2019

El hombre del siglo XXI

Por manuela zárate@manuelazarate

Empoderamiento es la palabra del momento. Parece un anglicismo extraño pero de un tiempo para acá el esfuerzo de grupos minoritarios va en busca de eso que llaman empoderamiento. Es algo que para muchos suena a amenaza. Quizás porque a veces el motor del empoderamiento viene de la rabia y no de la búsqueda de espacios, de mejores condiciones. Pero he ahí la clave para entenderlo. No se trata de aplastar. Sino de surgir.

Empoderamiento implica tener opciones. Es información para escoger. Es facultad para decidir y plausibilidad de llevar a cabo esas decisiones. Es responsabilidad sobre uno mismo, sus bienes, su destino. Empoderamiento no implica humillar, pisotear, ni sentirse superior a otros. Es desarrollar la personalidad, una forma de ver la vida, decidir qué quieres hacer de ellas y tener la posibilidad de luchar por llegar a ser quien eres.

Creo que el hombre del siglo XXI es el ciudadano empoderado. Sea hombre o mujer, latinoamericano, estadounidense, árabe. Incluso un ciudadano de un país totalitario como Corea del Norte o Venezuela. El ciudadano empoderado es consciente, que busca informarse con hechos y no se conforma con la narrativa que le da un sector político. Conoce su historia, sabe de dónde viene, y también busca aprender lo suficiente de historia universal. Es un ciudadano que ve y que entiende. Es inteligente.

A finales del siglo XX después de la caída del comunismo, cuando parecía que ya la democracia era un hecho establecido, que ningún sistema dictatorial, autoritario y menos totalitario podría hacerle sombra y desestabilizar Occidente, vimos la cara del imperio soviético asomarse en Venezuela y enterrar con sus cenizas uno de los países más prósperos de América Latina. El régimen venezolano, satélite de los Castro, no es uno que se conforme con lo que consume tras las fronteras de los países que ocupa. Es un sistema cuya naturaleza es imperialista. Es una amenaza que se cierne sobre el resto de los países de la región.

Para entender un régimen como el de Maduro. Para luchar contra él. Para evitar que uno similar se instale en un país vecino, hay que hacer un esfuerzo muy grande. Parte de ese esfuerzo es geopolítico, estratégico y se lleva a cabo en altas esferas y depende del compromiso que el liderazgo político e incluso la élite económica tengan con la sociedad. Pero hay otra cara, una que tiende a subestimarse, es la cara del ciudadano.

Este siglo nos ha dado un poder enorme a los ciudadanos, que a veces no sabemos reconocer, no sabemos que existe, que quizás no da miedo y que no sabemos cómo ejercer. Un poder que malgastamos o que entregamos a los dirigentes que están entrenados para buscar esos espacios y aprovecharlos.

La voz. La palabra. El pensamiento. No son poca cosa. Este es el siglo de la información. Con sólo abrir una página de internet, en cuestión de segundos podemos obtener todo tipo de información: estudios, tesis sobre las invasiones bárbaras o sobre la masacre de Katyn. Ver en directo cuándo hay una tragedia de escala global, en tiempo real, estar casi presentes en el lugar de los hechos. Ya no hay que esperar las emisiones del noticiero, ni a que el periódico salga. Ahora podemos saber de inmediato.

Pero este también es el siglo de la desinformación. Se genera a través de titulares, de cadenas, de opiniones no fundamentadas, una historia que suena a verdad pero que la tergiversa. Hemos llegado incluso a creer en aquello de que cada quien tiene su verdad, cuando hay cosas inexpugnables como que el Holocausto Nazi mató 6 millones de judíos y que Stalin y Hitler se repartieron Polonia.

Informarse a veces es caminar sobre el filo de una navaja. La tentación de la media verdad es grande. Los que manejan la comunicación política lo saben. Saben que esa es arma de control más silente y poderosa que las que se han desarrollado en los últimos tiempos.

El hombre del siglo XXI tiene que ser hombre empoderado. El que es consciente de que quien no conoce su historia está condenado a quedarse sin futuro.

Si quiere más información:

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