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Columnistas | PUBLICADO EL 09 septiembre 2022

El fin de la cédula

¿Confiarían ustedes en las capacidades digitales del Estado para algo tan trascendental como la cédula? Los riesgos no lineales de este suceso serán incalculables.

Entro a un Carulla y otro compatriota me aborda y me dice: “desde el primero de septiembre empieza la expedición masiva de la cédula digital en Colombia”. Palabras espeluznantes. Me entra al cuerpo un escalofrío incontrolable. ¿Cédula digital? ¿Digital? ¿Cómo es posible que una noticia tan transcendental haya logrado pasar inadvertida entre tanta gente ávida e informada?

“Dejarse robar uno la cédula en Colombia es peor que matar a la madre”, profesó alguna vez con gran sabiduría el maestro Fernando Vallejo. “Nadie que exista, en Colombia, anda sin cédula”. Porque en Colombia la cédula no es solo patrimonio histórico y cultural, no, va mucho más allá: es el único elemento que mantiene unido nuestro frágil tejido social, el habilitador de todas las interacciones de nuestra sociedad. Desmaterializar la cédula no es solo desvanecer un documento: es atentar contra la desintegración de la sociedad misma.

De forma solapada, el registrador Alex Vega trata de esconder sus siniestros propósitos. Que es nada más otro paso natural de la que se aproxima a ser la “Silicon Valley de América Latina”. Se afirma que la “cédula amarilla”, la única que por décadas de progreso hemos conocido, seguirá totalmente vigente, que la cédula digital viene de la mano de un nuevo formato físico, que la transición a lo digital será, por el momento, opcional. Pero a nadie puede engañar: es público que esa transición a lo digital será, eventualmente, obligatoria, llevándose por delante, sin pena ni previa advertencia, todo lo que hemos construido como nación.

Estarán pensando algunos que es una exageración, que soy un ludita, que nada va a cambiar. Serán tan ilusos de creer que nos adaptaremos sin problema a un formato digital, que nos identificaremos en el metaverso, que no podemos rechazar la modernidad. Así que les pregunto, ¿confiarían ustedes en las capacidades digitales del Estado para algo tan trascendental? ¿Y si sale como check-mig o la página de la Dian? Los riesgos no lineales de este suceso serán incalculables. ¿Cómo se amplía al 150% una cédula digital? ¿Y si queda al 135%? ¿O al 173%? ¿Y la cédula digital ampliada no coincide con sus viejas fotocopias al 150%? ¡Todos sus registros en este mundo podrían estar a punto de colapsar!

La relación entre el colombiano y su cédula, seres por naturaleza indivisibles, corre peligro. ¿Se imagina a usted mismo, querido lector, totalmente expuesto ante la perversidad de las demás personas sin tener en su billetera su cédula? ¿Cómo lidiar con el desabrigo que implica no tener a su alcance lo único que valida su existencia? ¿De verdad cree que hay alma que exista sin cédula? ¿Cómo se identificará usted ante el mundo, querido lector? ¿Usted de verdad existiría? ¿Sabrían quién es usted? ¿Qué haría para un trámite en el que le piden una fotocopia? ¿Cómo usaría su tarjeta de crédito? ¿Cómo iría a votar? ¿Cómo entraría a una farmacia? ¿A cine? ¿A una consulta médica? ¿A una oficina ajena? ¿Está consciente de lo que implica renunciar a la foto de su cédula? ¿Sería usted de verdad usted sin esa primera mirada a la desnudez de su inocencia? ¿Confiaría en dejar todo esto a merced de la intemperie digital? ¿Dejarlo todo al alcance de cualquiera? ¿Se siente tranquilo con tener su vida entera dependiendo de la batería de un teléfono celular? ¿Entiende usted todo lo que eso implica?

Esto corre el riesgo de volverse un conflicto intergeneracional: los que hemos vivido con la cédula amarilla seremos incapaces de soltarla así de fácil. Las generaciones que nazcan con la cédula blanca y su formato digital algún día se volverán mayoría, mientras que los de la vieja cédula de holograma seremos renegados, parias. Los efectos pronto serán irreversibles. ¿Se quedará la sociedad civil de brazos cruzados? 

David González Escobar

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