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Columnistas | PUBLICADO EL 11 septiembre 2022

El dolor en la división

La rabia no estaba sustentada más que en el miedo que le tengo al dolor de habitar en una sociedad en donde existen ellos y nosotros, y no nos permitimos conocer a alguien porque pertenece a uno u otro partido.

Me subí al taxi, saludé e inicié una conversación. La vida está hecha de conversaciones esporádicas que nos ayudan a construir una mejor versión de lo que somos, de allí que nunca desaproveche una oportunidad para conocer a otro ser humano. Nuestra charla inició como cualquiera otra: hablamos del clima, la Selección Colombia y cómo Linda Gutiérrez se destaca en cada partido, y justo en ese momento, después de elogiar a mi deportista favorita (#FanDeLinda), el taxista pone sobre la mesa el tema político. No es que me moleste hablar de política; por el contrario, lo encuentro fascinante. Entender cómo las acciones de una persona o un grupo de personas inciden en las emociones de otras me parece una de las mejores formas de aprender sobre lo que somos como sociedad.

Sin embargo, y pese a que he ido fortaleciendo mi paciencia con los años, esta conversación despertó en mí algo diferente, sentí rabia. Las palabras de mi interlocutor estaban cargadas de una energía extraña, las mismas iban más allá del odio, pasaban por el miedo y dejaban una sensación incómoda en el ambiente. Intenté contenerme, pero las emociones fueron más fuertes que todas las horas que invierto en meditación y yoga. En minutos mi ser entero era un zaperoco de emociones, todas queriendo mostrarse a través de mis palabras. Mi cara, mi entrecejo y el cruce de mis brazos gritaban lo que el silencio me otorgaba, todo mi ser vibraba con rabia. Frente a cada argumento yo rebuscaba en mi anaquel cerebral una contraargumentación, cada palabra era ya sorda, por minutos dejé de escuchar su voz para escuchar eso que nos priva de escuchar a otros: la mía. Fue en ese momento, cuando regresé a sus palabras, lo miré y decidí enfocarme en él, escucharlo de verdad tratando de construir un puente entre mi revoltijo de sentimientos y los de él; fue en ese momento, cuando él estaba hablando de divisiones, fraccionamientos y los “otros”, que encontré lo que estaba debajo de nuestra conversación: dolor.

La rabia, un frecuente mecanismo de defensa, no estaba sustentada más que en el miedo que le tengo al dolor de habitar en una sociedad en donde existen ellos y nosotros, en donde señalamos al de en frente y no nos permitimos conocer a alguien porque pertenece a uno u otro partido. Mi dolor encontraba sus raíces en la inhabilidad que se presenta cuando rotulamos a las personas y olvidamos a los seres que habitan esos roles que se asumen en la vida.

Para muchos, una simple conversación; para mí, un par de minutos que me tienen sumergida en un mar de reflexiones, que me retan constantemente a encontrar la forma en la cual podamos dejar de ser ellos y nosotros para ser un todos. Esa unidad que llamamos sociedad y que encuentra su mejor versión cuando decide trabajar de la mano. No en vano reza el proverbio africano: “Si caminas solo, llegarás rápido; si caminamos de la mano, llegaremos más lejos” 

Caty Rengifo Botero

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