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Columnistas | PUBLICADO EL 16 abril 2021

El cielo

Por hernando Uribe c., OCDhernandouribe@une.net.co

Nos encanta contemplar el cielo en la alborada, en una noche estrellada, en un atardecer de verano. Pero todo o casi todo lo que sabemos del cielo es imaginario, no real, pues al cielo subimos solo con la mirada, y a veces con la fantasía, no siempre bien orientada.

Me encantan los versos de Leopoldo Panero cuando se refiere a las estrellas que hacen propaganda de Dios allá en el cielo. Una noche estrellada es seductora. Y quien se pregunta de dónde viene la noche estrellada, aun de modo balbuciente, se la atribuye al Creador, pues solo de Él puede venir.

Los evangelios hablan de Jesús, de su nacimiento, vida, pasión y muerte. Y al referirse a su resurrección, se encuentran con que el primer sorprendido es el centurión, que, al ver el terremoto y lo que pasaba al expirar Jesús, dijo lleno de miedo: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mt 27,49). Modo singularísimo de percibir el cielo.

La palabra resurrección aplicada a Jesús, determina un hecho del todo inaudito, el de llevar la creación a su punto culminante, y acontecimiento del cual está llamada a participar la creación entera, el hombre en especial, pues como dice San Agustín: “Después de esta vida, Dios mismo es nuestro lugar”. El cielo.

Sor Isabel de la Trinidad (1880-1906), una Carmelita francesa, de exquisita sensibilidad, a los veintidós años escribía a una amiga con el corazón en la mano: “Creo que he encontrado mi cielo en la tierra, pues el cielo es Dios y Dios es mi alma. El día en que comprendí esto, todo se iluminó en mi interior”.

Llamar cielo a una persona que embelesa, es hacerle gran honor. Embeleso al que se refería Jesús: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Juan 14,23). Santa Teresa lo sabe por experiencia. “Notoriamente ve [...] que están en lo interior de su alma, en lo muy muy interior, en una cosa muy honda que no sabe decir cómo es, porque no tiene letras, siente en sí esta divina compañía”.

Dios es el cielo y la verdadera alma de todo cuanto existe. Los místicos, los grandes maestros de la humanidad, saben muy bien por experiencia que éste es el secreto de la verdadera identidad humana. Y así, vive ya en el cielo quien cultiva la oración, la relación de inmediatez de amor con el Creador.

Hago de la pandemia la oportunidad para darme cuenta de que soy el cielo de Dios y Dios es mi cielo

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