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Asomarse en un balcón genera poder. Nada más placentero que ver el mundo desde un balcón.
El solo hecho de estar más arriba de los demás ya dice mucho. Cuando el papá Francisco se asoma por su ventana-balcón, quienes lo miran con sus cabezas elevadas hacia arriba ven el poder de Dios.
Pero en los lugares donde ha habido regímenes totalitarios y populistas el balcón ha tenido otro matiz, convirtiéndose en una especie de fetiche para pavonearse, lanzar discursos, diatribas y arengas que exacerban a las masas.
Ahí es donde el poder atrae al delirio y los resultados nunca han sido buenos. “Delirio”, la palabra proviene del latín delirium. Significa “desatino, extravagancia”. Los psicólogos dicen que el delirio abstrae a las personas de la realidad y les incrusta creencias salidas de todo parámetro sobre las cuales están absolutamente convencidos aún cuando las evidencias demuestren que son contrarias a los hechos.
La semana pasada Colombia entró al mundo de lo que algunos llaman “democracia de balcón”.
Gustavo Petro abrió esa puerta. Recapitulemos. Petro invitó vía Twitter a sus seguidores a concentrarse en las plazas de Bolívar y de Armas. Pronosticaba que las marchas a las que convocó le llevarían miles de personas para reivindicar su popularidad. No fue así (los petristas solo llenaron la Plaza de Armas, bastante pequeña comparada con la Plaza de Bolívar), pero balcón es balcón.
Recostado en un atril mirando al horizonte, Petro elucubró desde las alturas y durante cerca de hora y media frases reivindicatorias sobre su lucha popular, inspiradas en la maniquea dicotomía entre oprimidos y oligarcas. Dijo que de no avalar sus reformas, tiempos aciagos y violentos llegarían.
Petro no solo leudó una masa de presentes para efectos mediáticos. Su delirante estilo cargado del tono febril de campaña como si fuera una cruzada inquisidora, mostró la intención de que sus ideas reformistas sí o sí tienen que aprobarse. Léase bien, tienen, porque él es voz del pueblo. Él le habla a las masas desde el balcón. Mensaje para el Congreso: ya saben, no se les ocurra hacer lo contrario.
Así comienza a construirse una política plebiscitaria basada en el fervor del grito masificado, porque para quien se asoma desde un balcón, impregnado por las mieles embriagantes del poder y se obnubila con el grito popular, no existen opositores.
Héctor Schamis, profesor de Georgetown University, dice al respecto: “Cuando se gobierna desde el balcón, comienzan los problemas”. De hecho, ya hubo impactos negativos. El dólar tocó los $5.000, los mercados financieros comenzaron a cobrar la inestabilidad política que esto suscitó y más allá de eso, el ambiente en el país se tornó más pesado e incierto.
Tiendo a pensar que los arrebatos briosos, que hacen parte de la personalidad de Petro, serán común denominador. Ojalá que la moderación y la razón no estén más perdidas que el hijo de Lindbergh y encuentren un salvavidas que les ayude a superar esos símbolos radicales que tanto daño hacen al país... como el balcón.