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Antonio Bolívar era un indígena de 75 años, nacido en las selvas del Amazonas. Se hizo famoso interpretando a Karamakate, personaje de “El abrazo de la serpiente”, la película colombiana nominada a los Oscar. En Leticia, la gente lo llamaba el abuelo. Su muerte, ocurrida el 1° de mayo, hizo que Colombia por fin se diera cuenta de la tragedia que el covid-19 está causando en una de sus regiones más olvidadas.
El abrazo de la muerte le llegó a Antonio por el gran río que Colombia comparte con Ecuador, Perú y Brasil. Allí, el primer caso de contagio se conoció el 17 de abril. A comienzos de mayo, en un solo día, ya había más casos nuevos de contagio que en Bogotá. Hoy, los casos sobrepasan los 1.000 y 90 de cada 10 mil habitantes del departamento están contagiados. Este es el índice más alto de contagio de covid-19 en Colombia.
En Leticia, el 80 por ciento de la población es indígena y en los dos hospitales que existen no hay equipos médicos para atender a los enfermos. Ninguno tiene unidad de cuidados intensivos. Los médicos han renunciado dos veces por falta de elementos de protección biológica. En el cementerio se acabaron las tumbas disponibles.
Este es el escenario en que pasó Antonio Bolívar sus últimos días, viviendo de la fama que le trajo la película. Los turistas le daban dinero y lo buscaban para tomarse fotos con él, y la gente, para escuchar sus historias. “Era toda una celebridad” dice Cristian Ávila, quien recogió el testimonio de su muerte de boca de su hijo, Cristian Bolívar.
Cristian cuenta que su padre empezó a enfermar el 24 de abril. Su familia controló sus primeros síntomas de fiebre con medicinas naturales y baños de agua fría. Pero la fiebre persistió. Su cuerpo tiritaba y no podía respirar. Cristian llamó a la Secretaría de Salud para pedir una ambulancia y trasladarlo de urgencia al Hospital San Rafael. El carro tardó tres horas.
En el hospital, los médicos lo evaluaron y decidieron remitirlo a la Clínica Leticia, en vista de que no tenían siquiera un manómetro para medir la presión del oxígeno.
Cristian siguió la ambulancia en su moto. En la clínica se negaron a atenderlo: “Un médico salió enojado, preguntando por qué lo habían remitido del hospital, si ellos sabían que la clínica estaba copada”. Antonio fue devuelto al Hospital San Rafael. Allí esperaron durante dos horas hasta que el oxígeno de la ambulancia se agotó. Ante los reclamos de Cristian, los médicos respondieron que el hospital estaba abarrotado de pacientes y esperaban una habitación libre.
El viejo Antonio estuvo en el hospital durante una semana. Cristian no podía verlo, pero llamaba tres veces al día para averiguar por él. Le decían que estaba bien, que “caminaba, comía e iba al baño por sus propios medios”. El 30 de abril, fue al hospital a las 6 de la tarde. Le informaron que su padre estaba bien. Pero a las 8 de la noche, una vecina afanada tocó la puerta de su casa y le dijo: “Su papá se murió”.
Cristian regresó al hospital. Lo enviaron a la parte de atrás, donde atienden a los pacientes con covid-19, y que colinda con la morgue. Allí le confirmaron la muerte. Esa noche no pudo verlo. El viernes 1° de mayo madrugó a hacer las vueltas de la funeraria. En la morgue no había nadie prestando atención. Los empleados de la funeraria solo pudieron retirar su cuerpo a las 10 de la mañana para llevarlo hasta el cementerio y sepultarlo. Cristian fue el único que pudo acompañarlos.
En Leticia, la gente dice: si eso le pasó a Antonio, que era famoso, ¿qué irá a pasar con nosotros?.